Extraño experimento de Browning que utiliza un relato clásico de vampiros de toda la vida, de los que atemorizan a una localidad y expanden en la noche el reinado del terror, para forzar en el tramo final un giro argumental delirante que más que sorprender al espectador, lo deja desorientado y confuso.

No podrá quejarse el director de los medios puestos a su alcance, no sólo por la indispensable presencia de Bela Lugosi calcando el papel que lo mitificó, sino por la aportación además de brillantes profesionales como James Wong Howe en la fotografía o el legendario Cedric Gibbons en la dirección artística, responsables en gran medida de que la ambientación de la historia sea posiblemente lo mejor de la misma, de largo.

Destaca también la presencia de Lionel Barrymore en un papel principal, aunque a mí personalmente me ha parecido un poco pasado de vueltas en su gesticulación y afectación de los sucesos que ocurren a su alrededor, así como el desarrollo de algunas escenas de suspense que rozan el ridículo, por no hablar de las pesquisas detectivescas finales casi pueriles.

Viniendo de otro director, podría considerarse un intento de estirar el éxito de las historias de vampiros sazonando la fantasía y el terror con una dosis final de intriga policiaca, pero estando el responsable de la famosa “Drácula” a cargo de la dirección, se puede prestar a alguna interpretación significativa. Lo primero que uno piensa es en un intento por reírse amablemente de sí mismo desmitificando su creación más célebre, con la inestimable colaboración de Lugosi, aún más asociado en el imaginario colectivo a la siniestra figura del vampiro de Los Cárpatos. Lo que está claro es que si la productora necesitaba un reclamo para atraer al público a una historia de estas características vampirescas para luego enredarlo en un juego de apariencias y engaños, imposible elegir mejor que al tándem Browning / Lugosi.

Que uno después se sienta fascinado o decepcionado por el resultado ya depende de estados de ánimos, de expectativas previas y del grado de permisividad que se tenga para dejarse engañar.