Entretenida y vistosa versión que potencia su faceta terrorífica en comparación con la anterior llevada a la pantalla en 1933, más cargada aquella de misterio y algunos toques humorísticos por parte de la reportera coprotagonista, borrada de un plumazo para esta actualización de los años 50.

Si bien la plana dirección de De Toth no soporta la comparación con el buen hacer y magnífico pulso para el suspense de Michael Curtiz, acierta en cambio al convertir en protagonista total de la función al escultor de alma torturada y sed de venganza, que Vincent Price hace suyo con esa capacidad tan particular que tenía para abordar personajes siniestros bajo una apariencia cortés y agradable, lo cual resultaba escalofriante al conocer sus verdaderas intenciones.

La apuesta por resaltar la faceta siniestra de la historia depara algunos de los mejores momentos del film, como los de la inolvidable figura deformada y maltrecha persiguiendo a su víctima por las oscuras y brumosas calles desiertas, y aunque algunas situaciones, repetidas en ambas versiones, resulten inverosímiles, nos puede más el morbo y la insana curiosidad de querer saber lo que ocurre realmente en ese museo que esconde algo macabro entre sus figuras de cera.

Curiosamente ambas versiones se realizaron bajo novedosas técnicas de la época, la primera del 33 se filmó bajo el formato de dos colores de Technicolor, y ésta del 53 se filmó en 3D, lo cual propició algunos momentos un poco sonrojantes vistos ahora, como el de las coristas enseñando el trasero o el infumable fulano que juega con raquetas de ping pong a la entrada del museo como reclamo para los viandantes.

Sin que pueda llegar a ser considerada de lo mejor del género, se ve con agrado y se disfruta, en gran medida, gracias a la presencia del siempre carismático Vincent Price.