En una abadía benedictina del norte de Italia de cuyo nombre nadie quiere acordarse, hace mucho tiempo vivían unos viejos monjes muy, muy feos, salvo algún que otro bello efebo, que dedicaban sus días a la transcripción de libros y a la oración. Menos uno que pensaba que el hábito (de la lectura) no hacía al monje, que “libro” y “libre” se parecían demasiado y que la libertad de pensamiento era un vicio. Por tanto, todo aquél que disfrutase con los libros se convertía en víctima de un asesinato ritual basado en las siete trompetas del Apocalipsis, lo cual probaba que el asesino había leído también, en concreto, And Then There Were None, de Agatha Christie. En este estado de cosas, llega a la abadía el monje franciscano Fray Guillermo de Baskerville, cuyo apellido no es baladí pues, igual que la novela de Sir Arthur Conan Doyle sobre el sabueso de una familia de igual nombre, su sentido se rige por la racionalidad y la observación en contraposición al mundo de superstición y misterio que le rodea.
LO MEJOR:
La cámara adopta el punto de vista de Fray Guillermo y se revela observadora, irónica e, incluso, apasionada, a compás del personaje y sus peripecias.
LO PEOR:
La serie de concesiones al final feliz, algo lógico porque se trata de una superproducción:
spoiler:
La satisfactoria revuelta de los aldeanos, la salvación de la chica de una angustiosa muerte en la hoguera, la sádica muerte del inquisidor...