De la lectura de unas cuantas reseñas se colige la decepción que “Valhalla Rising” ha causado —y no cabe duda de que seguirá haciéndolo— a más de un usuario que esperaba de ella una cuota mayor de diversión y/o evasión. En descargo de la película cabría aducir que acudir a Nicolas Winding Refn en busca de “mero” entretenimiento es como entrar en un burdel con la ilusión de hallar el amor verdadero. Para una saludable dosis de acción vikinga recomiendo cualquiera de las —hasta la fecha— cuatro temporadas de “Vikings” (Vikingos, 2013-Actualidad).
Cualquiera que tenga unas mínimas nociones acerca de la trayectoria del director danés sabrá que ofrecer un espectáculo al uso no se encuentra entre sus prioridades. Sí lo está el golpearnos el hígado con imágenes sumamente turbadoras, y de éstas hay en “Valhalla Rising” un heteróclito florilegio. Otra de las señas de identidad de su cine, muy presente también aquí, son los estallidos de violencia, salidos de no se sabe bien dónde, como las flechas de esos elusivos indios que no nos son revelados hasta el final, en culminación de un “crescendo” más inquietante que la mayoría de películas de terror comercial de los últimos años. Ése sería, de hecho, el género al que más se acercaría una historia tan extraña que raya en lo inclasificable.
La banda sonora, de un perfil más bajo que al que Winding Refn nos tiene acostumbrados, cobra, no obstante, el protagonismo característico. El muro de guitarras eléctricas distorsionadas hasta la cacofonía constituye un sugestivo contrapunto para las espectaculares vistas del paraíso vuelto infierno en la tierra que fuera la América incógnita.
Suele compararse esta película con “Aguirre der Zorn Gotte” (Aguirre, la cólera de Dios, 1972); y no sin razón, pues ambas comparten la rara habilidad para irritar —enervar, incluso— y fascinar a un tiempo. Igual que la cinta de Werner Herzog, o “The New World” (El nuevo mundo, 2005), de Terrence Malick, otro cineasta con cierta —mucha— tendencia a hacer de su capa un sayo, “Valhalla Rising”, morosa y pictoricista como aquéllas, no deja indiferente a nadie.