A «Krampus – Maldita Navidad» cabe reconocerle el mérito de haber resucitado, siquiera parcialmente, un subgénero desterrado de la pacata industria audiovisual de nuestros días: la comedia de terror, incorrecta y «destroyer», tan habitual de las (multi) salas de los ochenta.
Dicho eso, se trata de una película francamente mala, con un guion que hace aguas por doquier —el subterfugio final está más trillado que un sueño de Antonio Resines— y unas interpretaciones incoloras, inodoras e insípidas, empezando por Toni Collette, que lleva apalancada en el mismo papel desde la ya lejana, casi prehistórica, «El sexto sentido» («The Sixth Sense», 1999). Sólo los efectos especiales, mesurada combinación de digital y analógico, se salvan de la quema.
No funciona en tanto película de miedo —lo cual tampoco es que resulte especialmente novedoso—, ni los pasajes humorísticos tienen mucha gracia —en rigor, ninguna—, conque, a su lado, cintas como «Gremlins» (ídem, 1984) o «Los fantasmas atacan al jefe» («Scrooged», 1988), entre otras referencias, constituyen obras maestras, adornadas de una inteligencia argumental de la que, insisto, carece «Krampus – Maldita Navidad».
En suma, a quien le apetezca un ejercicio nostálgico propio de las fechas en las que nos adentramos, pero cambiando el ingrediente lacrimógeno por el bizarro, no queda sino recomendarle que deje de lado el film de Michael Dougherty y eche un vistazo a cualquiera de los dos títulos recién mencionados. Se divertirá mucho más y puede que hasta se lleve algún susto.