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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
9
Drama Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
8 de abril de 2015
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Maravillosa película. Obra cumbre del maestro Ozu. Hasta tal punto que ha acabado eclipsando el resto de su producción, tanto anterior como posterior.
“Tôkyô monogatari” es un retrato de familia despiadado y, sin embargo, enormemente emotivo. Recreación de la profunda crisis de valores que afrontó un Japón humillado tras su derrota en la II Guerra Mundial y las tremendas contradicciones que hubo de resolver antes de dar el salto al modelo ultramoderno de sociedad que hoy representa, las bondades del cual resultan cada día más discutibles.
El guion, firmado al alimón por Kôgo Noda y el propio Ozu, no da puntada sin hilo ―y de cabeza explosiva, como poco―. Pues cada línea del mismo destila una mala baba a la que el epíteto “corrosiva” le queda corto, por benevolente. Sólo Noriko, la joven nuera viuda y único personaje totalmente positivo de la historia, alcanza a escapar de la escabechina moral.
Ozu hace gala de una imaginería dotada de una carga lírica y una potencia expresiva inauditas, sustentada en una caligrafía fílmica de una sencillez y una elegancia dignas de estudio ―el que les dedicara Wim Wenders en su “Tokyo-Ga” (Tokio-Ga, 1985), sin ir más lejos―. Destaca sobremanera la cámara fija orientada en ese ángulo tan característico, como si el objetivo se situara a la altura de la mirada de un espectador acuclillado. Frente a ella, los actores entran y salen del plano interactuando con la naturalidad de un ballet excelsamente ejecutado.
Sólo el sutil juego de espejos que se establece entre la escena de apertura y la de cierre —viñetas simétricas en las que hallar la diferencia— merece ya entrar a formar parte de la gran historia del cine. Lo mismo la reposada reflexión que sobre la soledad plantea el anciano encarnado por Chishu Ryu con laconismo casi búdico, que hará saltar las lágrimas hasta del más duro —yo mismo, aun sin considerarme tal.
En fin, “Tôkyô monogatari” es una joya indispensable que emparenta la evanescencia del arte asiático con el crudo neorrealismo europeo —se sabe que Ozu conocía “Umberto D” (Umberto D, 1952), una de las cintas icónicas del mismo, la influencia de la cual es aquí palpable—, enriqueciéndola con un poso de amargura que no hace sino acrecentar su caudal poético.
Carorpar
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