Duro melodrama, pese al envoltorio desenfadado de su ambientación hawaiana. Los puntuales fogonazos de un sentido del humor- digamos- muy particular tampoco alcanzan a suavizar las aristas de una historia definitivamente demoledora.
Alexander Payne es un cineasta sumamente estimulante, dotado de un sorprendente talento para indagar en los recovecos más insospechados de la desestructurada familia burguesa. No obstante, me sucede con esta "The Descendants" que no acabo de sustraerme a cierta sensación de inverosimilitud. Sin perjuicio de la proverbial elegancia fílmica de Payne, me temo que hay una octava de más en cuanto a sordidez. Como si se hubiera pasado de rosca ajustando el tiro en su- indudablemente brillante, todo sea dicho- periplo hasta "Nebraska"- hasta la fecha, obra maestra de Payne.
Cuidado, "The Descendants" es una buena película. Francamente buena. De no cargar con el mencionado estigma del exceso tragicómico, podríamos estar hablando de una cinta memorable. Su guión, merecido ganador de un oscar, cuenta con diálogos simplemente soberbios. Además, George Clooney se desnuda de tics y, por una vez, deja de interpretarse a si mismo y de anunciar Nespresso. Nos obsequia, en su lugar, con el que, a día de hoy, probablemente sea el mejor papel de su carrera. Y en la tersa piel de su hija adolescente encontramos a una muy prometedora Shailene Woodley, cuyos descaro y naturalidad contribuyen a hacer más digerible el mal trago que Alexander Payne nos hace pasar.