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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
7
Comedia. Drama. Aventuras Obra maestra de Chaplin, en la que interpreta a un solitario buscador de oro que llega a Alaska, a principios de siglo, en busca de fortuna. Una fuerte tormenta de nieve le llevará a refugiarse en la cabaña de un bandido. En 1942 fue reestrenada en versión sonora. (FILMAFFINITY)
24 de marzo de 2019
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Icono cómico indiscutible, “La quimera del oro” es la creación de un artista en plena maduración, con las virtudes y defectos correspondientes. En efecto, Chaplin está a punto de culminar la transición iniciada con “El chico” (“The Kid”, 1921). La picaresca y un humor todavía algo tosco, herencia de sus primeras armas cinematográficas en la Keystone, acabarán dando paso al humanismo doliente y el espíritu crítico, próximos al socialismo —le pese a quien le pese, J. Edgar Hoover por ejemplo—, de sus obras maestras.
Considerada la comedia un género imposible de tratar en forma de largometraje —primaba entonces el axioma de Mack Sennett: “hazlas rápido, hazlas cortas, hazlas divertidas”—, Chaplin decidió en “El chico” enriquecerla con un componente melodramático al que en “La quimera del oro” se suman además ciertos tramos aventureros. El resultado de tan original amalgama—de hecho, difícilmente concebible a priori— le deparó nada menos que la inmortalidad. Porque sólo Chaplin es capaz de hacernos reír a mandíbula batiente en una escena y llorar como Magdalenas en la siguiente, en ocasiones —la cena de año nuevo, con el baile de los panecillos— incluso en la misma toma, sin solución de continuidad.
Como antes señalé, la propia comicidad chaplinesca se encuentra asimismo en tránsito. Desde el mamporro gratuito de sus inicios —del que, sabedor de los gustos populares, nunca se desvinculará del todo— hacia piezas mucho más sutiles, tales que el citado gag de los panecillos —un proyeccionista alemán hubo de rebobinar y reproducirlo de nuevo, ante el clamoroso éxito suscitado en la platea—, trucajes “alla Méliès”, con el protagonista convertido en rozagante pollo a los famélicos ojos de su compañero de fatigas Mack Swain, o el celebérrimo pasaje de ambos, definitivamente desesperados, comiéndose un zapato.
Con todo, probablemente sea el desamparo que transmite el pequeño vagabundo en esta película lo que más haya contribuido a la universalización del personaje y mejor refleje el cambio operado en el cine de Chaplin. Su inconfundible silueta recortada sobre la ventana de la sala de baile, frágil como un cachorrito abandonado, se encuentra ya a años luz del cínico buscavidas alumbrado para los bulliciosos vodeviles de Mack Sennett.
Carorpar
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