El gran problema de “The Night Before” radica en que, a diferencia de “This Is the End” (Juerga hasta el fin, 2013), con la que —de manera bastante acomodaticia— se la ha comparado, no da lo que promete. Las dos son de una estupidez sin paliativos, conspicuos monumentos al encefalograma plano, pero “This Is the End” tenía, al menos, el valor, o la honestidad de llevar el desfase hasta sus últimas consecuencias. En cambio, a los responsables de “The Night Before” parecen temblarles las piernas llegado el momento de acelerar, como si un resto de mala conciencia judeocristiana les impidiese saltarse ciertos semáforos.
Sin abandonar el —insisto que forzado— paralelismo entre ambas cintas, y a guisa de ejemplo bastante ilustrativo de lo antedicho, encontramos el dispar aprovechamiento que hacen de cameos como los de Rihanna y Miley Cyrus. En “This Is the End” veíamos a la primera entregándose a una gloriosa sesión de “spanking” junto a Michael Cera antes —o después, qué más da— de que a éste le fuera practicado un beso negro por dos bimbos de anuncio de refrescos. En “The Night Before”, por contra, Miley Cyrus se limita a cantar su “Wrecking Ball”, a dúo con un Joseph Gordon-Levitt que espero y deseo despidiera a su agente tras involucrarlo en tamaño bodrio ignominioso.
Sólo Seth Rogen, bajo los efectos de un colorido florilegio de sustancias nefandas, raya a la altura de las expectativas generadas —tampoco elevadas en exceso, vaya—, monopolizando, más que meramente protagonizando, las contadísimas escenas moderadamente graciosas. Porque a Anthony Mackie alguien debería haberle avisado en su día, o avisárselo ya, urgentemente, de que aún está tiempo de hacer algo con su vida, que no escatime en ambición ni se deje constreñir por límite alguno, pero que lo que bajo ningún concepto es ni jamás será es actor. Le harán un gran favor, y a los espectadores también.