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Western
Tras muchos años de ausencia, los tres hijos mayores de Katie Elder regresan a su pueblo natal para asistir al funeral de su madre. Pronto averiguarán que su padre murió asesinado después de perder su rancho en una partida de cartas. A partir de ese momento, no descansarán hasta encontrar al asesino y recuperar sus propiedades. (FILMAFFINITY)
23 de enero de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Correcto western a cargo del artesano Hathaway. Perfecto ejemplo de cine comercial y palomitero clásico. Una más en su día, admirable hoy. Así nos luce el pelo.
Encontramos abundantes pruebas del referido clasicismo. El manejo elegante de la cámara, por ejemplo: cadencioso, nada afectado. También la muy cuidada factura, con la armónica alternancia de espectaculares exteriores y decorados verosímiles. Y el pulso firme con que laten las dos horas de metraje.
Añádase la imponente presencia de Duke Wayne, su insólito caminar y el familiar desenfado con que reparte tiros y puñetazos. No queda sino recomendar encarecidamente el estupendo entretenimiento que nos garantiza este producto de- sólo aparente- fabricación en serie.
Por otra parte, los secundarios, con la excepción del cínico Dean Martin, no rayan a la altura exigible a unos acompañantes dignos del gigante Wayne. Entre ellos resulta curioso ver, eso sí, a un núbil Dennis Hopper. Para terminar, y sin abandonar la ventanilla de pagos, la grandilocuente partitura de Elmer Bernstein resulta, quizá, un tanto excesiva y, sin duda, demasiado omnipresente.
Encontramos abundantes pruebas del referido clasicismo. El manejo elegante de la cámara, por ejemplo: cadencioso, nada afectado. También la muy cuidada factura, con la armónica alternancia de espectaculares exteriores y decorados verosímiles. Y el pulso firme con que laten las dos horas de metraje.
Añádase la imponente presencia de Duke Wayne, su insólito caminar y el familiar desenfado con que reparte tiros y puñetazos. No queda sino recomendar encarecidamente el estupendo entretenimiento que nos garantiza este producto de- sólo aparente- fabricación en serie.
Por otra parte, los secundarios, con la excepción del cínico Dean Martin, no rayan a la altura exigible a unos acompañantes dignos del gigante Wayne. Entre ellos resulta curioso ver, eso sí, a un núbil Dennis Hopper. Para terminar, y sin abandonar la ventanilla de pagos, la grandilocuente partitura de Elmer Bernstein resulta, quizá, un tanto excesiva y, sin duda, demasiado omnipresente.