Hiperbólico fresco histórico más maratoniano que monumental en el que se recrean, con un verismo exento de casquería- a anotar en el debe de la película-, el estallido y los primeros años de la Guerra de Secesión norteamericana.
A Ronald Maxwell parecen importarle más las motivaciones morales de los generales en liza que la carne de cañón, de ahí el escaso caudal de hemoglobina del que, en parte, se resiente la acción pura y, nunca mejor dicho, dura. No obstante, y ello sí debe anotarse en su haber, las consideraciones tácticas y estratégicas vienen tratadas con una minuciosidad que agradecerá el espectador cansado de ver tiros al tuntún.
Predomina en el film la descripción de tipos, costumbres, uniformes, dioses y generales del bando secesionista; quizá por tradicionalmente menos documentado- la Historia, como se sabe, la escriben los vencedores-. Dominan, concretamente, la vida y milagros del general virginiano "Stonewall" Jackson. Excelentemente interpretado por un intensísimo Stephen Lang- de tan intenso, en ocasiones parece al borde la implosión- que ensombrece a la imponente humanidad del retórico Jeff Daniels y a Robert Duvall en el papel de un general Lee más para sopitas que para hacer la guerra, y es que todo tiene su edad, hasta el olor del napalm por las mañanas.
Si bien no como "entretenimiento" en el sentido más pedestre del término, se trata de una película ciertamente eficaz en el plano documental, de modo que el espectador con cierta inquietud histórica disfrutará con la recreación de algunos detalles habitualmente pasados por alto en otros films dedicados a este tema: personalmente, he quedado fascinado por la variedad, incomodidad y anacronismo de algunas de las casacas utilizadas por los voluntarios del bando confederado recién desatadas las primeras hostilidades. Y qué barbas, oiga.