Maratoniana cinta que reescribe el Nuevo Testamento en clave iconoclasta. Se hace de sobrecogedoras imágenes excelentemente fotografiadas en las que se recrean desde los extraños, casi crípticos, ritos veterotestamentarios hasta el desolador paisaje de Palestina.
Interesantísima la reflexión que plantea en torno a la convivencia imposible de la naturaleza divina y la humana, confinadas en los estrechos límites de esta última: Cristo, en tanto hijo de Dios, no podría ser sino un pobre desquiciado, percibido como tal por la mayoría de sus semejantes o, en el más optimista de los casos, como un iluminado peligroso. Un mesías de chiste. Un loco furioso. Un rol, éste, muy correctamente interpretado por Willem Dafoe, quien, pese a lo agradecido del papel, se resiente de compartir plano con un Harvey Keitel gigantesco en el Judas realista y algo cenutrio que compone.
Por último, a los espectadores potenciales que pudieran ceder al desaliento en vista de los 164 minutos que dura la criatura les diría, si nada de lo leído unas líneas arriba o en otras críticas los anima a hacer el esfuerzo, que ver a David Bowie caracterizado de Pilatos bien lo vale.