Reconozco que las películas que juguetean con las paradojas de los viajes en el tiempo me producen una excitación no sé si más infantil que erógena o viceversa. Diríase que a Jake Gyllenhaal le sucede lo mismo, porque una década antes había protagonizado la excelente “Donnie Darko” (ídem, 2001). Bendito fetiche, más si cabe con un cineasta del “savoir faire” de Duncan Jones al timón.
El director de “Moon” (ídem, 2009) y “Mudo” (“Mute”, 2018) suma al “locus” espaciotemporal antedicho sus notorias suspicacias respecto al uso espurio que una humanidad mediatizada por su ambición excesiva acaba haciendo de cualquiera que sea el hallazgo científico, desde la invención de la rueda en el V milenio a.C. hasta el aprovechamiento de las conexiones neuronales “post-mortem” que plantea esta película. Agraciado con un presupuesto bastante más sustancioso que el de su debut, pero sin renunciar a los encantos de la serie B —la cabina accidentada en que se encuentra recluida la conciencia del protagonista constituye un ejemplo deliciosamente claustrofóbico de ello—, Jones nos obsequia con su propia versión, neoludita y plagada de explosiones y descarrilamientos —en rigor, sólo son una y uno, respectivamente, pero repetidos “ad nauseam”—, de la excelente “Atrapado en el tiempo” (“Groundhog Day”, 1993).
El resultado es un “thriller” donde la diversión franca y sin complicaciones va de la mano de un guion bastante más inteligente de lo acostumbrado y cuyas rendijas dejan entrever las mencionadas inquietudes de un director que no se prodiga mucho —cuatro largometrajes, un corto y una serie a sus cincuenta tiernos años—, pero que siempre que lo hace tiene cosas interesantes que contar.