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Voto de Carorpar:
7
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9 de enero de 2021
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estupendo thriller independiente, de lo mejor que se ha rodado últimamente —que tampoco es mucho decir, pero ese es otro cantar—. “Sweet Virginia” constituye la prueba fehaciente de que para hacer las cosas bien no se necesitan grandes dispendios presupuestarios, ni pirotecnias abrumadoras ni una legión de rostros celebérrimos. Sólo un mínimo conocimiento de los códigos, algo de gracia para exponerlos y un puñado de intérpretes que se crean sus papeles.
La película de Jamie M. Dagg, cineasta canadiense al que conviene seguir la pista, es un “neo-noir” bastante convencional en el desarrollo de su trama, pero que presenta un elemento novedoso ciertamente sugestivo: la ambientación rural, esa Améria profunda que lleva años asomando la patita —en rigor, el fusil de asalto— hasta literalmente irrumpir anteayer en el Capitolio, sacrosanta sede de la soberanía nacional. Con sus viejas glorias del rodeo, “white trash”, camionetas “pickup”, “diners” abiertos 24 horas y violencia cotidiana, se trata de un mundo que, a los urbanitas de la costa este y a los civilizadísimos —aunque cada vez menos, también nosotros— europeos, se nos antoja extraño como el paisaje marciano.
Asimismo, el reparto, breve e integrado por actores secundarios y principalmente televisivos, entrega un trabajo sobresaliente. Los hermanos China —muy competentes guionistas, pese a su apellido, que invita a imaginarlos regentando un bazar, o un puesto de comida para llevar— dan una vuelta de tuerca a los arquetipos: la “femme fatale” es una post-adolescente semi-analfabeta y resentida. La dama, una adúltera intransigente. El héroe, un pobre hombre más acabado que Adrien Brody. Y el villano, encarnado por un excelente Christopher Abbott, tan escasamente dotado de habilidades sociales, que acaba uno empatizando con él por vía de la pena, hasta un punto tal, que casi deseas que se salga con la suya.
La película de Jamie M. Dagg, cineasta canadiense al que conviene seguir la pista, es un “neo-noir” bastante convencional en el desarrollo de su trama, pero que presenta un elemento novedoso ciertamente sugestivo: la ambientación rural, esa Améria profunda que lleva años asomando la patita —en rigor, el fusil de asalto— hasta literalmente irrumpir anteayer en el Capitolio, sacrosanta sede de la soberanía nacional. Con sus viejas glorias del rodeo, “white trash”, camionetas “pickup”, “diners” abiertos 24 horas y violencia cotidiana, se trata de un mundo que, a los urbanitas de la costa este y a los civilizadísimos —aunque cada vez menos, también nosotros— europeos, se nos antoja extraño como el paisaje marciano.
Asimismo, el reparto, breve e integrado por actores secundarios y principalmente televisivos, entrega un trabajo sobresaliente. Los hermanos China —muy competentes guionistas, pese a su apellido, que invita a imaginarlos regentando un bazar, o un puesto de comida para llevar— dan una vuelta de tuerca a los arquetipos: la “femme fatale” es una post-adolescente semi-analfabeta y resentida. La dama, una adúltera intransigente. El héroe, un pobre hombre más acabado que Adrien Brody. Y el villano, encarnado por un excelente Christopher Abbott, tan escasamente dotado de habilidades sociales, que acaba uno empatizando con él por vía de la pena, hasta un punto tal, que casi deseas que se salga con la suya.