“High-Rise” es una película fallida casi desde cualquier punto de vista. Principalmente porque su director, Ben Wheatley, hace gala de una caligrafía fílmica en exceso deudora de la de Jean-Pierre Jeunet, que a mi se me antoja sencillamente insufrible. Además, la hiperbólica imaginería heredada del amanerado cineasta francés, próxima en demasiadas ocasiones a la caricatura de trazo grueso, hace muy difícil encontrar el tono adecuado a la historia que se aspira a contar, que, por otra parte, tampoco queda demasiado clara: ¿Comedia negra? ¿Retro-distopía? ¿Película de tesis? ¿Delirio surrealista?
A la desorientación del espectador, de la que —lógicamente— parece asimismo contagiarse la nutrida nómina de intérpretes, contribuye sobremanera el descabellado guion a cargo de Amy Jump. Adaptación de la novela homónima del maestro J. G. Ballard, aun sin haber leído el original estoy seguro de que no incurre en el absurdo cósmico en que se engolfa esta cinta a partir del primer cuarto de metraje. No sé si da más lástima que rabia, o viceversa, asistir a tamaño desaprovechamiento de recursos económicos y artísticos. Tal como apuntaba antes, también el reparto, amplio y sobradamente dotado de talento, naufraga estrepitosamente, incapaz de entender las disparatadas demandas del argumento y las infumables ínfulas expresionistas de su director.
En fin, mi desaliento se agrava cuando pienso en qué habría hecho David Cronenberg con el libro de Ballard y la mitad de presupuesto. Claro, que mejor me pongo la (antaño) controvertida “Crash” (ídem, 1996) y paso un estupendo mal rato de verdad. A mi salud.