Pocas películas hacen que salgas con una gran sonrisa del cine. Muchas terminan con un final feliz, te alegras por los personajes, pero pocas veces la sensación de alegría dura mucho más allá de la salida del cine. Otras veces el final es abierto y te quedas con cara de querer ver más, o de no haber entendido nada. En otras ocasiones el final es triste y cuando las luces se encienden te encuentras con los ojos enrojecidos y el kleanex pegado a la nariz.

Pero "Big Fish" es una de esas extrañas maravillas, que te hacen volver a sentir un niño otra vez. Vives junto Edward Bloom (Albert Finney/Ewan McGregor) ese mundo de aventuras que siempre soñaste conocer cuando eras pequeño.

Entre gigantes, brujas, siamesas coreanas, hombres lobos y millones de narcisos, se desarrolla la juventud de Edward, algo que a su hijo no le termina de gustar, ya que siempre acaba aguando sus grandes celebraciones, contando una y otra vez sus batallitas. Ahora es distinto, su padre está muy enfermo y tiene poco tiempo para descubrir si prefiere quedarse con la gris y monótona realidad o aceptar sus fantasías edulcoradas.