La historia de un matrimonio que pierde a su hijo de cuatro años de forma dramática e inesperada no es la primera vez, ni será la última, que se muestra en el cine. Aquí vemos lo que supone a esa familia y a los que les rodean (en menor medida) esa pérdida.

A lo largo de la hora y media que dura observamos y vamos compartiendo los diferentes estados de ánimo por los cuales pasan. Desde la aceptación aparente, la negación, la vuelta a realizar las rutinas sociales cada día, etc. Pero lo hace desde el punto de vista principalmente de la esposa sin olvidar el sentir del marido.

Una Nicole Kidman en estado de gracia mediante una interpretación comedida, sentida, mostrando el dolor sin aspavientos y sin exageración. Una madre doliente a la que le cuesta llorar, que intenta superar el trauma a través de la reunión con uno de los causantes de la muerte de su hijo (no el único). La culpa por no haber podido haber evitado el atropello. Los reproches no solo suyos sino, implícitos, a su esposo y la comparación de su dolor con el dolor de su madre que también paso por el trauma de la pérdida de un hijo.

Aaron Eckhart, por su parte, un padre que parece que acepta más la pérdida y realiza todo lo que se espera de él: seguir con su trabajo, acudir a un grupo de apoyo, quedar a jugar al squash con su amigo, etc. Debajo de esta aparente normalidad tiene los mismos reproches hacía sí mismo y hacía su esposa por la pérdida de su único hijo.

Una película pequeña, intimista sin caer en lo lacrimógeno, una muestra de que se puede enseñar el dolor de la pérdida sin caer en el sentimentalismo.