El observar las miserias humanas puede hacer que te sientas identificado con ellas y sus protagonistas y como consecuencias se puede producir empatía entre los espectadores y la historia o puede ocurrir que veas la historia como un tercero aislado y totalmente indiferente.

Esto último ocurre con Biutiful. Se le nota a Iñarritu la falta de su habitual coguionista Guillermo Arriaga y, aunque el relato de las vicisitudes de un padre entregado a sus hijos que se redime por el cuidado de estos de la vida de trapicheos y comisión de delitos en al cual vive y sobrevive podría parecer, a priori, estimulante lo que nos produce sopor desde más o menos del minuto diez. No ocurre desde el principio porque este (al igual que su final con un cerramiento de la cobertura del círculo) es atrayente y preciosista. Pero cuando empezamos a ver “la historia real” no dejamos de abrir la boca en constantes bostezos.

Un solo actor, magnifico y comedido como podríamos describir a Javier Bardem en su rol, no puede mantener una película que naufraga por varios lados como un barco con carcoma que aunque tenga un buen capitán no podrá salvarlo del naufragio. Está en unos de sus mejores papeles, pero no creo que pase de una nominación.

El navegar por afluentes que confluyen en el río (como son las historias paralelas que no tienen ningún sentido ni razón aquí) desemboca no en el mar sino en un vertedero seco.

Ir de cine social sin conseguirlo puede provocar reacciones antisociales y más bien de volver a un conservadurismo, e incluso a un sentimiento anti-inmigración, anti-enfermos mentales, anti,…etc., preferimos “Amores Perros”.