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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
8
Intriga. Cine negro Areta, un antiguo policía que trabaja como detective, recibe el encargo de encontrar a la hija de un empresario de Ponferrada. Gracias al novio, averigua que la chica estaba embarazada y huyó de casa. A partir de ese momento, empieza a sufrir todo tipo de presiones para que abandone el caso, pero Areta seguirá investigando hasta el final. (FILMAFFINITY)
3 de marzo de 2019
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Soy yo el único que piensa que José Luis Garci ha sido siempre nuestro particular Martin Scorsese? A ver, que me explico. Si la NBC tuviese que hacer su propia versión de “Qué grande es el cine”, ¿a quién escogería como moderador? Ea, ahí es donde quería yo llegar. Garci y Scorsese, Scorsese y Garci comparten esa vehemencia contagiosa con la que transmiten la pasión por las cosas que aman y que, como diría el otro, hacen que la vida merezca la pena. Yo al menos me quedo embelesado siempre que oigo a estos dos hablar de lo que sea. Con esa vehemencia de la que hablaba, Garci convierte “El crack” en un homenaje a las cosas que más le gustan: la radio, el boxeo, el mus, las tertulias… Casi lo de menos es que “El crack” rinda también tributo a Dashiell Hammett – a cuya memoria está dedicada- y al cine negro de Hollywood.

Y es que en el fondo “El crack” no es más que un pretexto para que Garci se ponga a filmar planos de su querida Gran Vía abarrotada de coches, con sus luces de neón y las marquesinas de sus cines y teatros de fondo. De día, de noche, a modo de álbum de fotos que uno abre cuando quiere bañarse en nostalgia y recordar un Madrid que ya no existe ni existirá jamás. “Capítulo primero: él adoraba Madrid”, así es como podía haber empezado perfectamente “El crack” si no sonara tanto a plagio. La película es también una gran excusa que permite a Garci coger el trompo y plantarse en Nueva York a rodar panorámicas de la pista de hielo del Rockefeller Center en Navidad. O de Times Square iluminado con el cartelón de”Toro salvaje” allí a lo lejos (no, si ya decía yo).

Areta, el detective más castizo de la historia del cine, se mueve entre la realidad y el imaginario. Tanto es así que se ve obligado a añadir siempre ante su interlocutor la coletilla “como en las películas” para marcar territorio, para dejar claro que él no es Humphrey Bogart ni tan siquiera James Cagney (por aquello del tamaño), él es de aquí, real, de carne y hueso, los otros pertenecen al territorio de la leyenda: Landa entró también en la leyenda con esta película; al landismo no lo mataron ni Mario Camus ni Delibes, lo mató Garci.

Garci es memoria cinematográfica en estado puro. Y también memoria sentimental porque a fin de cuentas el cine siempre es un reflejo de la vida y a veces lo que pasa es que el uno se confunde con la otra .Es lo que le ocurre al entrañable barbero de Areta, que muy probablemente nunca ha estado en Nueva York, y, bueno, en realidad sí que ha estado y lo conoce como la palma de su mano gracias a las películas.

Ajeno a lo que pueda estar pasando en un bar de gasolinera a punto de cerrar, José María García lanza su penúltima diatriba nocturna contra el presidente de la federación de turno. Tan ajeno como los niños de San Ildefonso cantando el Gordo, aun en pesetas, mientras Areta y su barbero están a lo suyo. García no sabe que mientras él carga contra su querida federación, en el otro lado de la ciudad se está librando una batalla de las que harán época. Areta vs Bareta. Eso sí que fue un combate histórico, y no lo de Rocky Marciano contra Joe Louis, ni como esas peleillas que se montan ahora.
Juan Solo
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