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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
8
Drama. Comedia Daniel Mantovani, escritor argentino galardonado con el Premio Nobel de Literatura, hace cuarenta años abandonó su pueblo y partió hacia Europa, donde triunfó escribiendo sobre su localidad natal, Salas, y sus personajes. En el pico de su carrera, el alcalde de Salas le invita para nombrarle "Ciudadano Ilustre" del mismo, y Montavani, contra todo pronóstico, decide cancelar su apretada agenda y aceptar la invitación. (FILMAFFINITY)
18 de noviembre de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arranque de “El ciudadano ilustre” es el clímax con el que sueña toda película. Un discurso de agradecimiento en la entrega de los Nobel se antoja el final perfecto para un biopic. Aquí es el principio de todo. Si algo se echa en falta en esta brillantísima comedia negra de los directores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprot son los tópicos, aunque es probable que encontremos más de uno en su ADN inicial. Hay un juego de espejos evidente (Salas- Macondo, Mantovani-Borges) en este ejercicio de metaficción que va más allá del continuo y mero abrazo entre lo real y lo imaginario.

Para salir de su bloqueo creativo, al protagonista, al que ya desde el principio vemos criticar con dureza lo ilustre de los premios – qué premio puede haber más “ilustre” que ese Nobel que ni Dylan quiere recoger- sólo se le ocurre una huida hacia adelante. O hacia atrás. Una huida real y a la vez -ventajas de la imaginación- ficticia que le enfrenta a su esencia y a su pasado más remoto. Las vivencias o los traumas como herramienta primordial del escritor (junto al lápiz, el papel y la vanidad). Lejos de erigirse en una autoridad moral, la que realmente es, el escritor acepta de buena gana el homenaje que le brinda su pueblo natal. Y al principio todo son sonrisas y amabilidad, el homenajeado se muestra menos huraño y más condescendiente de lo que pintaba. A fin de cuentas, cultura es sinónimo de educación y de saber manejar los registros, hablar de la misma manera con un ministro que con un jardinero (en realidad, es el segundo quien merece mayor consideración). Al final se ve que no, que las sonrisas y las buenas formas no sirven de mucho y sólo son el preludio a la tormenta que vendrá después, la puerta a la hostilidad, a la hipocresía.

Porque si de algo nos habla esta película, además de sobre literatura, es de la hipocresía a la que se juzga como la base de toda relación humana, lo que sustenta en última instancia los frágiles hilos de nuestra convivencia. Como comedia negra que es, la película se revuelve contra nosotros, nos dice lo que no queremos oír hasta acabar resultando una verdad incómoda. Sólo cuando el protagonista deja las sonrisas y los buenos gestos en la habitación de su hotel, en una palabra deja de ser hipócrita para ser él mismo, respira el aire viciado de Salas, ese que le hizo salir por patas de allí tiempo atrás. Y aquí subrayo dos cosas; una, la impresionante interpretación de Óscar Martínez, de las mejores que servidor recuerda en años, la otra, la escena que más consigue emocionarme, el encuentro final entre Mantovani y el recepcionista del hotel, su único aliado en realidad, que me ha traído a la cabeza inmediatamente esas otras palabras de Alfredo a Totó en la irrepetible “Cinema Paradiso”: “Vete y no vuelvas”.

Hipocresía también en los medios y en los políticos que se llenan la boca con la palabra cultura cuando ni siquiera saben lo que es. Es otra de las muchas verdades que se dicen en el film, la mejor manera de asesinar a la cultura es institucionalizarla.

Y es que, como reza el dicho, nadie es profeta en su tierra. Tal vez, en el fondo, casi ninguna los merezca.
Juan Solo
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