Marcado de por vida con el estigma de la mediocridad, Ron Howard contaba en esta película con todos los elementos necesarios para confeccionar quién sabe si tal vez una obra maestra. Y sí, es verdad que el director despacha aquí su mejor película hasta la fecha, pero es cierto también que su habitual estilo impersonal le impide extraer todo el jugo a una historia que apuntaba a cotas mucho más elevadas.

El film parte de un guión del prestigioso Peter Morgan que recrea la serie de encuentros que mantuvieron el ex presidente norteamericano Richard Nixon y el periodista inglés David Frost durante el verano de 1977 tres años después del estallido del caso Watergate. En estas entrevistas, Nixon se marcó como objetivo redimirse ante el pueblo al que había gobernado poco tiempo atrás, mientras que Frost pretendía someter al ex – presidente al juicio público que nunca tuvo.

Así las cosas, el punto álgido de la cinta lo constituyen los diversos careos que se producen entre los dos protagonistas y que Howard plantea a modo de tenso combate de boxeo, con los asesores/preparadores de cada uno de los púgiles literalmente encima de ellos instándoles a no arrojar la toalla y previniéndoles ante las posibles tácticas de su contrario. Desde la distancia el desafío también puede verse como una igualmente tensa partida de ajedrez en la que cada oponente vigila de reojo el siguiente movimiento del rival y organiza su estrategia en función del mismo.

Resulta igualmente atractivo el exhaustivo estudio que se hace de sus dos protagonistas principales, de su entorno – aunque se echa en falta una mayor profundidad en el retrato de algunos personajes secundarios-, de sus sensaciones en los días previos al gran combate y de los motivaciones que mueven a ambos para que éste se produzca. La película en este sentido se estructura en dos partes, una primera destinada a presentarnos al jovial y dicharachero Frost y una segunda en la que todo el peso recae en Nixon-excelentes Shanon y Langella en sus respectivos papeles.

El desafío: Frost Nixon propone también una interesante reflexión acerca del creciente papel de la televisión y los medios en la vida pública y en el mundo de la política.