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Voto de Juan Solo:
10
7,8
15.592
Drama
Invierno de 1943. Durante la ocupación alemana de Francia, en un internado católico para chicos, Julián, un muchacho de trece años, queda impresionado por la personalidad de Bonnet, un nuevo compañero que ingresa en el colegio después de iniciado el curso. (FILMAFFINITY)
23 de marzo de 2010
51 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a que antes de morir en noviembre de 1995 todavía le quedaría tiempo para rodar otros tres títulos más a lo largo de la década siguiente, la divertida y buñueliana Milou en mayo y las maravillosas Herida y Vania en la calle 42, el francés Louis Malle nos había presentado ya en 1.987 el que en verdad ha de ser considerado su auténtico testamento cinematográfico.
A los 55 años y con una sólida y reconocida carrera profesional a sus espaldas, el maestro de la nouvelle vague se atreve a saldar por fin cuentas con su pasado rodando la película que siempre había querido rodar y para la que llevaba preparándose psicológicamente más de media vida.
En esta sutil y delicada obra maestra Malle lleva a la pantalla uno de los recuerdos que más marcaron su infancia y posterior existencia, un recuerdo traumático y doloroso que nos traslada a una fría mañana de enero de 1944 en el patio del Pequeño Colegio del Carmen, un internado católico al sur de París cerca de Fontenebleau en el que el futuro cineasta cursaba estudios. Un recuerdo que persiguió a Malle hasta el final de sus días.
Es la propia voz del realizador la encargada de cerrar el film para ratificarlo. “Han pasado – confiesa- más de 40 años [de aquello] pero hasta el día de mi muerte, yo recordaré cada segundo de esa mañana de enero”.
Julien Quentin, alter ego de Malle en el film, es un chaval de 12 años, segundo de los hijos de una familia parisina de clase media alta y posición acomodada. Estamos en octubre de 1943 y los alemanes siguen campando a las anchas por las calles de la capital; aunque todo indica que falta poco para que se marchen, la situación amenaza con recudrecerse, por lo que los Quentin deciden envíar a sus hijos a estudiar a un internado religioso a las afueras de la ciudad.
A poco de iniciarse las clases llega al centro un nuevo alumno llamado Jean Bonnet, un muchacho avispado e inteligente de orígen judío que enseguida capta la atención de Julien. Los dos chicos traban desde el primer momento una bonita amistad que se cimentará en los meses siguientes a través de juegos, lecturas, conversaciones…
A los 55 años y con una sólida y reconocida carrera profesional a sus espaldas, el maestro de la nouvelle vague se atreve a saldar por fin cuentas con su pasado rodando la película que siempre había querido rodar y para la que llevaba preparándose psicológicamente más de media vida.
En esta sutil y delicada obra maestra Malle lleva a la pantalla uno de los recuerdos que más marcaron su infancia y posterior existencia, un recuerdo traumático y doloroso que nos traslada a una fría mañana de enero de 1944 en el patio del Pequeño Colegio del Carmen, un internado católico al sur de París cerca de Fontenebleau en el que el futuro cineasta cursaba estudios. Un recuerdo que persiguió a Malle hasta el final de sus días.
Es la propia voz del realizador la encargada de cerrar el film para ratificarlo. “Han pasado – confiesa- más de 40 años [de aquello] pero hasta el día de mi muerte, yo recordaré cada segundo de esa mañana de enero”.
Julien Quentin, alter ego de Malle en el film, es un chaval de 12 años, segundo de los hijos de una familia parisina de clase media alta y posición acomodada. Estamos en octubre de 1943 y los alemanes siguen campando a las anchas por las calles de la capital; aunque todo indica que falta poco para que se marchen, la situación amenaza con recudrecerse, por lo que los Quentin deciden envíar a sus hijos a estudiar a un internado religioso a las afueras de la ciudad.
A poco de iniciarse las clases llega al centro un nuevo alumno llamado Jean Bonnet, un muchacho avispado e inteligente de orígen judío que enseguida capta la atención de Julien. Los dos chicos traban desde el primer momento una bonita amistad que se cimentará en los meses siguientes a través de juegos, lecturas, conversaciones…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Todo cambía el día en el que dos miembros de la Gestapo irrumpen en el aula de los chicos y se llevan entre otros a Bonet y al propio superior del colegio acusado de dar cobijo a judíos.
La realidad nos dice no obstante que las cosas no sucedieron exactamente así. Hans Helmunt Michel, el chico en el que está basado el personaje de Bonnet, llegó al internado donde estudiaba Malle apenas iniciado el curso del 43 después de haber pasado toda una serie de calamidades y penurias. Su padre, un médico judío de Frankfurt, se suicidó cuando el pequeño sólo contaba 3 años y su madre acabaría siendo arrestada años después en París por la policia francesa en la célebre “redada del Velódromo de Invierno”. Hans pudo escapar junto a su hermana menor y encontrar refugio en el hogar de una amiga de la familia que más tarde conseguiría que lo admitieran como alumno del Colegio del Carmen por mediación de su director, el padre Jacques.
Sin embargo, a diferencia de lo que se nos cuenta en la cinta, Michel y Malle nunca fueron amigos; es más, según confesaría más tarde, el segundo no sintió en ningún momento simpatía alguna por su nuevo compañero. Algo hasta cierto punto normal. Al principio de la película, Julien aparece descrito como un niño mimado y algo redicho y resabiado, y no es de extrañar que la llegada de un alumno que se mostraba más listo e inteligente que él le tocase y no poco las narices. Aquella fatídica mañana de enero comenzó a anidar en el corazón de Malle una profunda desazón que le perseguirá toda la vida, un fastidio y un vacío por no haberse acercado lo suficiente a alguien que quizá podía haber sido su alma gemela.
Ya en los comienzos de su carrera, el cineasta baraja la posibilidad de fabular y contarnos cómo hubiese sido esa amistad, pero no puede. La tarea le lleva más de 40 años, tal es el peso de los recuerdos y de la culpa. Malle recorre así el camino inverso al de su amigo y compañero de generación François Truffaut quien sí fue capaz de trazar un certero retrato de su infancia en su conocida y celebrada opera prima Los cuatrocientos golpes.
Resulta especialmente sobrecogedor que la amistad que se nos narra en la película nunca existiera, que sea solamente una proyección de su director que se vale de la magia del cine para convertir en realidad una situación personal traumática. Y resulta así, porque Au revoir les enfants es uno de los más bellos cantos a la amistad jamás rodados, narrado con exquisita ternura y honestidad.
Malle vuelve a una época y a un escenario que ya había retratado anteriormente en su cine (Lacombe Lucien) y a un tema como es el de la pérdida de la inocencia que no era ajeno en su filmografía (El soplo al corazón). Sin embargo, el carácter autobiográfico y a la vez fabulador de la cinta le proporcionan una dimensión extraordinaria. El film de Malle es pura sensibilidad, la sensibilidad hecha cine, sus cimientos esa mágica y rara poesía que llevan impresas siempre la tristeza y la melancolía.
La realidad nos dice no obstante que las cosas no sucedieron exactamente así. Hans Helmunt Michel, el chico en el que está basado el personaje de Bonnet, llegó al internado donde estudiaba Malle apenas iniciado el curso del 43 después de haber pasado toda una serie de calamidades y penurias. Su padre, un médico judío de Frankfurt, se suicidó cuando el pequeño sólo contaba 3 años y su madre acabaría siendo arrestada años después en París por la policia francesa en la célebre “redada del Velódromo de Invierno”. Hans pudo escapar junto a su hermana menor y encontrar refugio en el hogar de una amiga de la familia que más tarde conseguiría que lo admitieran como alumno del Colegio del Carmen por mediación de su director, el padre Jacques.
Sin embargo, a diferencia de lo que se nos cuenta en la cinta, Michel y Malle nunca fueron amigos; es más, según confesaría más tarde, el segundo no sintió en ningún momento simpatía alguna por su nuevo compañero. Algo hasta cierto punto normal. Al principio de la película, Julien aparece descrito como un niño mimado y algo redicho y resabiado, y no es de extrañar que la llegada de un alumno que se mostraba más listo e inteligente que él le tocase y no poco las narices. Aquella fatídica mañana de enero comenzó a anidar en el corazón de Malle una profunda desazón que le perseguirá toda la vida, un fastidio y un vacío por no haberse acercado lo suficiente a alguien que quizá podía haber sido su alma gemela.
Ya en los comienzos de su carrera, el cineasta baraja la posibilidad de fabular y contarnos cómo hubiese sido esa amistad, pero no puede. La tarea le lleva más de 40 años, tal es el peso de los recuerdos y de la culpa. Malle recorre así el camino inverso al de su amigo y compañero de generación François Truffaut quien sí fue capaz de trazar un certero retrato de su infancia en su conocida y celebrada opera prima Los cuatrocientos golpes.
Resulta especialmente sobrecogedor que la amistad que se nos narra en la película nunca existiera, que sea solamente una proyección de su director que se vale de la magia del cine para convertir en realidad una situación personal traumática. Y resulta así, porque Au revoir les enfants es uno de los más bellos cantos a la amistad jamás rodados, narrado con exquisita ternura y honestidad.
Malle vuelve a una época y a un escenario que ya había retratado anteriormente en su cine (Lacombe Lucien) y a un tema como es el de la pérdida de la inocencia que no era ajeno en su filmografía (El soplo al corazón). Sin embargo, el carácter autobiográfico y a la vez fabulador de la cinta le proporcionan una dimensión extraordinaria. El film de Malle es pura sensibilidad, la sensibilidad hecha cine, sus cimientos esa mágica y rara poesía que llevan impresas siempre la tristeza y la melancolía.