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España España · Zaragoza
Voto de Juan Solo:
8
Drama En 1941, Barton Fink viaja a Hollywood para escribir un guión sobre el luchador Wallace Berry. Una vez instalado en el Hotel Earle, el guionista sufre un agudo bloqueo mental. Su vecino de habitación, un jovial vendedor de seguros, trata de ayudarlo, pero una serie de circunstancias adversas hacen que se sienta cada vez más incapaz de afrontar su trabajo. (FILMAFFINITY)
19 de mayo de 2014
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todo aquel que se ha sentado al menos una vez delante de un papel y ha intentado emborronarlo a base de juntar en él cuatro letras forzosamente ha tenido que sentir lo que se conoce como el síndrome del escritor bloqueado. O el del folio en blanco que es lo mismo. Yo mismamente era algo que estaba sintiendo hace escasos segundos antes de atacar estas líneas. Sé que no debo preocuparme, les pasa a todos, y cuando digo a todos es a TODOS.

Al parecer, mientras estaban escribiendo el guión de la que iba a ser su tercera película, la magnífica “Miller´s Crossing”, a Joel y a Ethan Coen se les agotó la inspiración. Puede resultar raro, pero así fue. Incapaces de avanzar en el texto que tenían entre manos y de seguir escribiendo una línea más, los famosos hermanos deciden abandonar momentáneamente el proyecto y dejar que escampe el temporal. Es en ese momento cuando de una forma casi inocente comienzan a darle vueltas a otra historia, la de un escritor aquejado de su mismo mal, un dramaturgo de prestigio metido a guionista cinematográfico al que se le atraganta la película que está escribiendo por encargo. Nadie entonces lo sabía, pero acababa de nacer Barton Fink, una de las criaturas más reconocibles del universo coeniano, uno de sus más ilustres perdedores.

Los Coen retoman el relato del escritor bloqueado para su siguiente film. Lógicamente, aquel esbozo inicial se hace ahora más denso, los Coen lo retuercen como suelen hacer siempre hasta llevarlo a su terreno. La pareja nos lleva al Hollywood de principios de los años cuarenta, el escenario perfecto para introducir el tópico genérico del cine dentro del cine. En este contexto, aparece el eterno dilema entre ver el arte como algo innato que sale de las tripas (pero que también las hace sonar de lo lindo) y el que se vende como una mercancía. Y Barton representa el característico personaje del guionista ninguneado y sometido a tiranías ajenas para subsistir, a imagen y semejanza un poco de aquel Joe Gils que inmortalizó magistralmente Billy Wilder en “Sunset Boulevard”.

Todo esto cabe en una primera lectura, pero como siempre en los Coen hay más. A diferencia de Llewin Davis, el más reciente antihéroe de la filmografía de los hermanos, Fink arranca la película desde el éxito y desde la cúspide. A partir de ahí, ya solo queda caer. El protagonista es un autor teatral al que Hollywood tienta y le somete a un cruel y particular descenso a los infiernos. No spoilearé nada por si acaso alguien no ha visto aún la película, pero en esto tiene mucho que ver la entrada del personaje de John Goodman y en concreto una escena que el actor protagoniza hacia el final de la cinta. Por cierto que Goodman no está menos inmenso que John Turturro dando vida al protagonista principal. Ambos están soberbios, y la relación entre ellos, mezcla de envidia y admiración, connotaciones homosexuales incluidas, no tiene desperdicio.

Me da la impresión de que Barton Fink fue una obra malentendida por muchos en su momento y aún hoy. Tildada de antisemita (¿) y de excesivamente barroca (¿?). Los propios Joel y Ethan se curaron en salud y dijeron que muchos de los símbolos que aparecen en la película no hay porqué tocarlos. Están ahí y simplemente aparecen, no hay que darle más vueltas. No pensar en lo que pueda significar el tupé del protagonista o el cuadro en la pared. Qué final tan bello y tan maravilloso por cierto.

“Barton Fink” supone todo un hito en la historia del Festival de Cannes al ser la única película que hasta la fecha ha conseguido llevarse tres premios (Palma de Oro, mejor director y mejor actor). Un caso excepcional para un film que también lo es.
Juan Solo
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