¿Y si Travis Bickle nunca hubiese regresado a Nueva York? ¿Si verdaderamente hubiese muerto en una playa de Vietman? ¿Y si su ataúd no hubiese sido una caja de pino como el del resto de sus compañeros? ¿Y si fuese de color amarillo y llevara cuatro ruedas?

Entonces diríais qué Travis es un muerto viviente. Un zombi. Eso explicaría por qué solo le gusta salir de noche. Llevando gentes, no importa quién, de un lado a otro. Como un boxeador sonado. Como el puto Jake la Motta. Macarras, chorizos, prostitutas, hombres de negocios, maridos cornudos, asesinos en potencia, violadores en manada… Los lobos merodean más allá de Wall Street.

Eso explicaría muchas cosas.

Como ese halo de amarga poesía que desprende el hipnótico guion de Paul Schrader, compuesto en un estado absolutamente febril, como sólo saben - o pueden- hacerlo los verdaderos poetas malditos.

Eso explicaría… ¡¡ el final ¡¡

A fin de cuentas, la muerte es una liberación ¿Y si Travis no muriese al final sino que en realidad resucitase? (¿al tercer día?) La cuestión es que Bickle ya nunca más tendrá que preocuparse por su insomnio. La lluvia que esperaba para barrer de una vez por todas la escoria y la inmundicia de las calles también llegó por fin. ¿ Y si él era la lluvia?