Empecemos por lo bueno: ambientación, foto y vestuario logrados (salvo la innecesaria, infantil y trillada casquería del final); música notable; algunas buenas interpretaciones; efectos especiales espectaculares proporcionales al presupuesto disponible; entretenida por momentos invitándote a enganchar capítulos, aunque si algún amigo te manda un whatsapp para hablar de cualquier banalidad, no dudarás ni un segundo en apagar el visionado para regresar en momentos donde no haya nada ligeramente mejor que hacer. Porque aunque se deja ver, en el global esta serie no atrapa, no conmueve, no seduce, no perturba, no emociona, no transmite, no sacude al espectador. Es como ponerse al lado de un jubilado a ver obras en la calle.

Y todo esto porque una vez más en la vida y obra de Alex de la Iglesia, la majestuosidad y los fuegos artificales se anteponen a un guión que no deja de ser más que una borrachera de escenas y diálogos sin ningún tipo de rigor, coherencia y versatilidad. No hay por dónde cogerlo, repleto de trampas, giros forzados e inverosímiles, escenas colocadas a base de martillazos.

El guión, en pocas palabras, en esta serie es el mal necesario para poder lucir los musculitos de los efectos especiales. Mucha forma, mucho color, mucho ruido, mucho ordenador, mucha sangre. Cero contenido. Especialmente el final, que es de los más decepcionantes y carentes de ingenio que he visto.

Mi consejo es que para ver luces, ruido, fuegos de artificio... mucho mejor las fallas de València.