Si tras ver Dogville (yo soy uno de esos que piensan que es una obra maestra) alguien me dijese que iba a titular una crítica de una película filmada por Von Trier de este modo, me hubiera parecido poco menos que una locura. ¿Vacua? Dogville podría ser cualquier cosa menos eso; sin embargo el presente film es casi su antítesis.

No tiene nada de malo hacer una película en blanco y negro en el año 91, no tiene nada de malo ser vanguardista y mezclar el B/N con el color con el fin de transmitir algo y no tiene nada de malo hacer uso de una especie de estética pseudo-expresionista por muy lejos que haya quedado ese movimiento. Todo esto sólo es nocivo cuando se convierte en un exquisito envoltorio que encubre un pésimo regalo. Cuando descubres que los excesos técnicos de este film enmascaran un trasfondo, a lo sumo, corriente y moliente no puedes evitar sentirte estafado. "Este no es mi Von Trier", pensé mediada la película al darme cuenta de que no tenía visos de cambiar. No es el mismo Von Trier que sabe profundizar con inteligencia sobre el alma humana empleando una forma que respalda, acentúa y embellece su primoroso fondo; es un Von Trier que quiere hacer ver a todo el mundo que sabe un huevo de cine y para ello tiraniza la esencia regodeándose en lo superfluo.

Seguro que alguna vez han conocido a una persona que parecía ser extremadamente interesante y de la que luego descubren que es gilipollas. Pues bien, esta película es un poco gilipollas en ese sentido (no lo es del todo porque se supone que tenemos que aferrarnos a que Lars nos cuenta lo desmembrada que está Europa, haciéndonos ver la problemática de la alemania post-nazi, amén de los conflictos amorosos y morales del protagonista): promete ser interesantísima en su forma y es decepcionante en su fondo.

No voy a entrar a tratar la eterna polémica de si el fondo importa, si el cine debe ser sólo forma, la estética al poder, etc... Sólo diré que este film es claramente desigual en este sentido, y que su embriagadora calidad técnica queda totalmente envilecida por el desequilibrio y la falta de armonía que presenta. Por ello, me veo obligado a degradar un poco al Von Trier que tanto había alabado tras Dogville, Bailar en la Oscuridad y Los idiotas; y que seguí respestando con Manderley. Lo que todavía no sé es si debo admirar o despreciar a alguien que sea capaz de llevar a cabo obras tan dispares (en cuanto a criterio artístico) entre sí.

Supongo que siempre podré consolarme creyendo que tras el año 91 descubrió el error en el que se encontraba y que explicaría sus películas posteriores.