Café de flore me ha parecido una dulce danza entre las imágenes y la música, más allá de la profundidad espiritual o mística que pueda entonar el argumento. Dos historias narradas paralelamente, en distintos lugares y una diferencia de 40 años entre una y otra.

Aparentemente sin ningún tipo de relación en común, pero se irán posicionando cada ficha para entrelazar-se en, para mí una gran película de Jean-Marc Vallée, y dejarnos con este café de flore, un gusto más amargo o más dulcemente melancólico depende del grado sentimental-romántico del espectador y de su capacidad para apreciar el buen gusto.