Allí estás, en el ring, aguantando una lluvia de puñetazos de Apollo Creed, el campeón. Y tú, un mísero gorila treinteañero que dejó de estudiar a los 14 años y apenas sabe leer, plantándole cara, mirándole a los ojos.

No ganaste la pelea, pero no logró tumbarte. Y eso suena a victoria para tus oídos.

Ahora la gente sabe quien es Rocky Balboa, conseguiste conquistar a aquella flor que parecía inalcanzable y te llevaste algún dinero por el combate. La vida empieza a sonreírte.
Pero la fama es algo que pilla por sorpresa a un chico de barrio como tú, deseoso de comerse el mundo. Y el dinero no es eterno, y la gente olvida pronto. Y cada acto tiene consecuencias.
Humillar al campeón no es algo que pueda hacerse sin esperar respuesta.
Pide venganza, pero tu no la deseas, tienes a tu mujer y un hijo en camino, pero la sociedad y los egos pueden ser muy malos consejeros.
Y la historia se repite, y vuelves a no tener dinero, y vuelven las segundas oportunidades.
Y una vez más atas tus botas, te enfundas los guantes, subes las escaleras, suena tu canción y le pides al Señor que la paliza no sea tan dura.
Pero esta vez te acompaña toda Philadelphia, coreando tu nombre, vibrando con cada golpe que asestarás.
Lo que no sabes, es si esta vez es para mejorar o para empeorar...