Al director Jim Jarmusch le llamaba la atención que de Paterson, una localidad cercana a Nueva York, solo se conocía a un rapero Fetty Wap por un single llamado "Trap Queen". Paterson es más que eso: la tercera ciudad de Nueva Jersey. Es también el lugar donde nació Allen Ginsberg –poeta de la generación beat-. Frente a las cataratas de esa ciudad, otro poeta, William Carlos Williams escribió parte de su obra más conocida, un poema épico al que tituló Paterson.

Jarmusch cose su película en torno a una semana rutinaria en la vida de un conductor de autobús –que escribe poesía y se llama también Paterson- y su pareja, Laura, una artista con sueños aniñados en la ciudad. Basta un manojo de personajes (entre los que hay un perro llamado Marvin, un camarero que se enfrenta a si mismo de manera peculiar o un actor enamorado) para aligerar un relato lleno de ternura.

A través de la austeridad, en el mejor sentido, de Adam Driver (el actor que encarna a Paterson) el director estadounidense hace que repensemos nuestro día a día. Replantea el consumo como felicidad y la publicidad como ese vendemotos irresistible -fíjense en Laura, interpretada por la la actriz Golshifteh Farahani-. Al mismo tiempo reivindica el arte como sostén en un mundo líquido. En los diálogos hay música -incluido un guiño a su amigo Iggy Pop y un cameo del rapero Method Man-; hay política (se menciona al anarquista italiano Gaetano Bresci) y hay amigos hablando de sus ligues. Todo aparece de forma leve y precisa.

En esa reflexión sobre el consumo y la austeridad, el cineasta Jarmusch sitúa el arte como una posible salida a la ordinariez diaria. Más allá de "Trap Queen". El tiempo, que para el poeta William Carlos Williams era una tormenta en la que estábamos perdido (“Time is a storm in which we are all lost”), es la preocupación principal de Paterson. A lo mejor Paterson es el propio William Carlos Williams o todos tenemos un poco de Paterson. Sobre todo después de saber cómo es el día a día en la ciudad.