Lynch, en "El hombre elefante", presenta una práctica que fue bastante habitual, por desgracia, hasta bien entrado el siglo XX. Esa humillante práctica consistía en la exhibición y explotación, en espectáculos ambulantes, de personas con alguna enfermedad o deformidad física. Pero la humillación no quedaba ahí, ya que con bastante frecuencia estos individuos tenían que soportar unas condiciones de vida como mínimo deplorables. Pero no solamente el cine ha tocado esta temática sino que también la literatura se ha hecho eco en alguna ocasión de ella, baste recordar al enano hidrocéfalo Laureano en la obra teatral de Valle-Inclán "Divinas palabras".

Para ello, David Lynch se basa en una historia real. Joseph Merrick fue un ciudadano inglés que, desde niño, se vio afectado por el síndrome de Proteus, enfermedad caracterizada por un crecimiento excesivo de la piel así como por un desarrollo anormal de los huesos y que, normalmente, suele ir acompañada de la proliferación de tumores por buena parte del cuerpo.

Lynch emplea todo este material para mostrarnos cómo estas personas eran vistas en la época poco menos que como monstruos y cómo la sociedad suele maltratar, discriminar y humillar al que, por la razón que sea, es distinto a los demás. Joseph Merrick se muestra como una persona educada y sensible, cuyo único "defecto" es sufrir una enfermedad que le deforma el cuerpo. Quizás Lynch también nos quiera decir que, con cierta frecuencia, los monstruos pueden ser aquellas personas que se consideran "normales", pero que carecen de la virtud de empatizar con los problemas de su prójimo.

Técnicamente "El hombre elefante" es de un clasicismo narrativo y estético apabullante y goza de una de las mejores actuaciones que le he podido ver a Anthony Hopkins.

Sigo en el spoiler.