Basada en la monumental novela del mismo título escrita por Umberto Eco, los guionistas y el director de la película tuvieron que enfrentarse a dos tramas fundamentales que planteaba el libro: por un lado, una serie de asesinatos que se llevan a acabo en una perdida abadía benedictina; por el otro, una disputa teológica entre los franciscanos y el Papa. Ante tal dificultad, y como es materialmente imposible que una película pueda ilustrar escena por escena las páginas de un libro, optaron, con buen criterio creo yo, por darle más importancia a la intriga y tratar más tangencialmente la disputa teológico-filosófica.
Estos asesinatos serán investigados por el franciscano Guillermo de Baskerville (detrás de su nombre estarían el filósofo franciscano Guillermo de Ockham y la novela de Conan Doyle "El perro de los Baskerville"), caracterizado, ya desde las primeras escenas, como una especie de Sherlock Holmes interpretado por un magistral Sean Connery. Si este personaje es inolvidable, no lo es menos la labor de cásting que se tuvo que realizar para reunir esa galería de extraños monjes que pueblan la película. Protagonismo compartido por ese magnífico escenario que es esa abadía que esconde en su seno un terrible secreto.
Además, la película refleja perfectamente varios aspectos clave para entender el mundo medieval, tales como que el saber estaba encerrado en bibliotecas a las que muy pocos tenían acceso, que había libros prohibidos debido a que su contenido era considerado peligroso por la iglesia o que la creencia en el poder del diablo sustituía en numerosas ocasiones al empleo de la razón para entender el mundo. Frente a ese mundo oscuro se alzará la figura de Guillermo de Baskerville.