Recuerdo perfectamente la primera vez que vi esta película. Era un niño y pude verla junto con unos amigos en un cine de la localidad costera en la que pasábamos los veranos, una localidad de veraneo similar a la que aparece en Tiburón. Nos fuimos a casa con el miedo en el cuerpo, pero lo mejor vino al día siguiente cuando al bajar a la playa e ir a bañarnos, todos dudamos antes de meternos en el agua.
Spielberg en esta película no juega con terrores ancestrales, ya que hasta hace relativamente poco la gente no se iba en el verano a la playa. Lo mismo sucede en una película suya de unos años antes, El diablo sobre ruedas, en la que el tiburón es sustituido por un camión. Que nos pueda sorprender un tiburón mientras nos bañamos tranquilamente o un camión enloquecido mientras conducimos, son cosas que solo pueden suceder en el mundo de hoy porque nuestro estilo de vida ya no es el mismo, por ejemplo, que el de hace cinco siglos. Para ello, el director combina magistralmente el género de aventuras y el de terror y ahí posiblemente es donde esté el secreto de esta película, además de en lo bien que está contada.
Hay películas que de una forma u otra te dejan marcado de por vida. Unas, por un personaje al que te gustaría parecerte; otras, por una escena que te traspasa de emoción; o, también, porque las fuiste a ver con alguien especial... Después de ver Tiburón, meterse en el agua ya nunca volvió a ser lo mismo.