Primer Oscar como director de John Ford, ahí es nada. “El delator” es una magnífica película, ambientada en 1922, en plena Guerra civil irlandesa. A pesar de los años transcurridos hasta hoy, la película apenas ha perdido un ápice de vitalidad.

Quizá algunas actuaciones puedan resentirse, estamos en los primeros años del cine sonoro, pero sigue siendo una historia magnífica y muy bien contada. En cierto modo, constituye un estudio psicológico sobre la conciencia y el remordimiento.
Las raíces irlandesas de John Ford, marca de la casa, están muy presentes.

En el argumento, Gypo Nolan es expulsado de su ejército después de desobedecer órdenes (se niega a matar), quedándose sin dinero y en la calle, totalmente desahuciado. Su antigua novia, sin recursos, ve en la prostitución la única manera de subsistir. Gypo, impotente, es entonces es cuando piensa en una recompensa de 20 libras por delatar, lo cual será el desencadenante.

El film está lleno de detalles y metáforas, la más evidente la de Judas Iscariote.
La actuación de Victor McLaglen es genial. El gigantón actor (premiado merecidamente con el Oscar) aporta carisma a raudales con su inmensa humanidad. A día de hoy, su actuación puede resultar sobreactuada, pero es imposible no empatizar con su brillante personaje. Un personaje de complejidad “fordiana”, en el que plantea, entre otros, el dilema moral de la subsistencia o la traición.

Otro añadido es la excelente fotografía, de corte impresionista, a lo Murnau, algo insólito en la obra de Ford, lo cual la hace más interesante si cabe.

“El delator” sigue siendo una maravilla vista hoy.