No paro de pensar en la injusticia a la que se ha sometido a Viggo Mortensen con esta película. En mi opinión, realiza un trabajo descomunal y debería haber estado, cuando menos, nominado a los Oscars.

La película es una joya. A muchos espectadores les resulta demasiado no ya gris, como su sobresaliente fotografía, sino directamente negra, desesperanzadora, por lo que les provoca rechazo, de algún modo. Es cierto, el durísimo personaje de Charlize Theron es la prueba irrefutable, pero más allá de la miseria más absoluta (el film es de una proeza técnica asombrosa), los parajes desiertos, los carroñeros, el hambre, la supervivencia más bestial, la película se afana en presentar el mundo tal y como lo describe Cormac McCarthy en su novela, premio Pulitzer en 2007.
No sólo se trata de relatar un viaje sin retorno de un esforzado padre con su hijo, sino que la búsqueda de ambos es también interior, encontrando en medio de una situación lo más límite que uno pueda imaginar, otro tipo de valores inimaginables en un mundo más que hostil, inhabitable.
La fotografía de Javier Aguirresarobe, aunque luego tenga añadidos desde postproducción, es digna de los mejores técnicos.

Es difícil ver belleza dentro de tanta miseria, pero la peli lo es. Si los últimos días de existencia humana, con todo perdido y sin ninguna rendija de esperanza, al menos prevalece el férreo amor de un padre hacia su hijo, quizá no todo esté perdido para la condición humana.
Obra maestra.