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Voto de Pablo Redondo:
8
Drama. Ciencia ficción Unos científicos son enviados al planeta Arkanar, donde la civilización se ha quedado estancada en plena Edad Media. En ese mundo, uno de los investigadores es tomado por el hijo ilegítimo de Dios. Épica adaptación de la novela de los hermanos Strugatski, rodada y montada durante más de un decenio. (FILMAFFINITY)
26 de abril de 2015
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su nueva película, el director ruso Aleksei German se inspira en una novela escrita en 1964 por los hermanos Strugatsky, en quienes ya se fijó su paisano Andrei Tarkovsky al rodar la memorable Stalker (1979). Esta novela de ficción, titulada Qué difícil es ser Dios, está ambientada en un futuro en el que la raza humana descubre un planeta habitado por personas cuya sociedad se encuentra sumergida en un período similar a nuestra propia Edad Media. Pese a que Aleksey German comenzara a soñar con su propia adaptación cinematográfica de esta obra clave de la literatura de ficción soviética desde poco después de su publicación, la serie de obstáculos con los que tuvo que lidiar a lo largo de su carrera, como la barrera impuesta por la censura de un régimen totalitario, provocaron que el director de obras como Control en los caminos (1971) o Mi amigo Ivan Lapshin (1986) no abordara su ansiado proyecto hasta que se iniciara el nuevo siglo. De esta forma, el rodaje de la última obra de German daría comienzo en otoño de 2000, siguiendo un largo y minucioso proceso de elaboración que culminaría trece años más tarde con el estreno de esta obra póstuma en el festival de Roma de 2013, habiendo fallecido su director nueve meses antes.

Qué difícil es ser un dios comienza con una voz en off que sumerge al espectador en Arkanar, un cochambroso planeta retratado en blanco y negro en el que se verá atrapado durante las casi tres horas de metraje. Es en este ambiente esperpéntico, en el que predomina la mugre y los hedores nauseabundos (recreando un universo repulsivo), donde aparece Don Rumata, un científico social enviado desde la Tierra para estudiar como mero observador a esta sociedad en decadencia. Desde su privilegiada posición en la corte de Arkanar, y considerado por muchos como un dios (a causa de las hazañas que de él se cuentan gracias a sus habilidades y conocimientos adquiridos en una sociedad más desarrollada), el protagonista observará los mecanismos de represión que sacuden a esta civilización, dominada por un régimen totalitario obstinado en acabar con todo vestigio de cultura que pueda amenazar su dominio sobre un miserable pueblo analfabeto vapuleado por la ignorancia. Sin embargo, Don Rumata, obligado a aferrarse a su condición de observador, debe abstenerse de influir en el curso de los acontecimientos, dejando entrever lo que puede interpretarse como una alegoría del suplicio que vive el intelectual que observa impotente las fechorías del totalitarismo. Consigue German con unos ocasionales primeros planos de los repelentes rostros de las gentes de Arkanar (y de genitales de animal), unas escenas con recargados interiores en las que la cámara sortea un sinfín de bártulos y muchedumbre y un no cesar de flatulencias, heces y todo tipo de repugnantes fluidos, retenernos en un desapacible planeta del que desde el primer momento sentiremos un profundo deseo de huir. No obstante, esta magnífica obra logra que todo aquél que, tras hacer de tripas corazón, resista hasta el final, se sienta gratamente recompensado.

Es con este personal proyecto que supone la culminación de una trayectoria audaz, con el que se despide un gran cineasta al que nunca le importó la respuesta del público o la censura.


Pablo Redondo.
Crítica para 12criticossinpiedad.blogspot.com.es
Pablo Redondo
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