Todo el mundo reserva para sí mismo una parte de su ser, sentimientos, ilusiones, recuerdos, deseos o anhelos. Es en esa cara oculta, que no mostramos a nadie cuando nos sentimos más auténticos pero a la vez, más solos.
Esta podía ser la historia de Erika Kohut, una muy exigente profesora de piano del conservatorio que a pesar de sus cuarenta y tantos años vive aún con su madre cuya relación es bastante tortuosa. Ésta la controla y vigila y Erika la miente, la engaña y le oculta parte de su vida, produciéndose una relación típica en la adolescencia entre madre e hija.
El fiel retrato de esta situación se aprecia en la discípula de Erika, Anna Schober, una joven pianista, con dificultades para relacionarse con los demás, centrada únicamente en su amor por el piano, cuyos vínculos son similares a los que pudo tener Erika con su madre.
Lo macabro de la película (aparte de ciertas escenas voyeristas y automutiladoras, que es mejor no desvelar) viene después cuando nuestra protagonista conoce a un atractivo muchacho, que siente una admiración por su talento detrás del piano como por su físico. Es entonces cuando Erika saca su cara más perversa, más sadomasoquista que aturde al joven pretendiente arrastrándole poco a poco a una espiral de deseos que le llevarán a sacar su lado más oscuro, produciéndose entre ambos una continua lucha de humillación y orgullo, de dominador y dominado que los lleva casi a la locura.
Haneke consigue con esta película un constante desasosiego y angustia, en el que más de una vez tienes que apartar la mirada para no ser atrapado por una dura cuchillada a la vista.
Cabe ya por último destacar la increíble interpretación de Isabelle Huppert, que colma de una manera soberbia el papel.
Película no apta para extra sensibles