Lo increíble de esta película es la pasmosa habilidad de Alfred Hitchcock para narrar una historia en un escenario, a base de planos secuencia (con cortes ocultos, qué gran recurso) y manejando unos personajes dicharacheros encerrados juntos, mientras genera intriga y más intriga a cada minuto de metraje. Cada movimiento de los personajes, cada frase que dicen, puede acercarles a descubrir qué hay en el interior arcón del salón. Nosotros, como espectadores, nos sumergimos en un torrente de tensión, con un maravilloso guion apretándonos la dichosa soga al cuello, impidiéndonos respirar, cuando es conveniente; pero aflojándola para que podamos prepararnos para el siguiente asalto dramático.

Definitivamente, James Stewart se corona como uno de mis actores favoritos, con un papel de hombre misterioso, inteligente, cautivador, enigmático. El resto del reparto también hace una gran labor. El debate filosófico de fondo (sobre el Superhombre de Nietzsche), que asoma sobre todo a partir del segundo acto y más tarde en la resolución, consigue hacer reflexionar y hace que los personajes que han cometido el crimen resulten potentes en cuanto a sus motivaciones.

La Soga es un espléndido ejercicio cinematográfico, con una gran puesta en escena, un excelente manejo de la cámara y de las transiciones, un escenario bien elegido y unos personajes en constante tensión (que consiguen contagiar al espectador).