Enloquecido e impostado recado de Guillermo Frenopático que vuelve a demostrar las horas bajas por las que atraviesa a día de hoy, sin embargo, parece que cuenta con el beneplácito del respetable para mi sorpresa y tras terminar la velada sigo pensando que he visto otra película o me han faltado botellas para disfrutar del visionado.


Matías Macuto es un actor mediocre hasta el delirio y bajo mi punto de vista aquí no se consigue desprenderse de la etiqueta, no consigo distinguir si en como perder una picha en diez días se diferencia del rol que aquí Macuto se empeña en hacerme creer, también puede ser que tras un estiramiento facial juegue al despiste y busque inspiración en el circo de guiñoles, pero vamos, que marcando culito y regalando flores nadie mejora un registro, quizás Santiago Segura.

La película busca el clima asfixiante, incomodar con las intervenciones de Macuto, y efectivamente, es cierto el tic bizarro que se acentúa en el, si se me permite, final más disparatado que he visto en mi vida, pero no creo que Frenopático busque la carcajada ni el festín en el espectador aunque lo consiga de manera involuntaria, sinceramente, no sabe dónde va su barco de vapor, y es quizás en ese impostado, sobreactúado y cómico final donde he podido buscar la luz, que incluye alguna ocurrente secuencia pero que sigue, y sigue, como Sputnik hasta pasarse de condado, contemplando al rascar en la cartulina que no hay premio, y Frenopático factura finalmente una mierda pinchada en un palo para todos los públicos.

En fin, otra vez, se ha puesto el tanga del revés.

Se despide desde los aledaños de un juzgado.

Bertín Osborne irrumpiendo y cortando la declaración de la Tonadillera ante los inquietantes saltos de Julián Muñoz, para exhibir un endemoniado cubo de playa y golpear sin cesar a todo lo que se mueve y lo que no, creando una majestuosa algarabía, y consiguiendo a su vez penetrar como Onésimo por la banda y enganchar de la cabellera a la foca monje que tras unas prolongadas súplicas no puede hacer nada para ser volteada como un indefenso romano ante un enfurecido Obélix acabando por los aires en una secuencia digna de Orson Welles mientras un desconocido disfruta de la televisión kilómetros más lejos con una pregunta en el aire dífil de olvidar "¿te consta que una vez a la semana Martínez Pujalte se cuela en tu habitación con un par de piedras de diferente tamaño para apepinar tus testículos?".