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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
10
Drama El objetivo de Andrew Neiman (Miles Teller), un joven y ambicioso baterista de jazz, es triunfar en el elitista Conservatorio de Música de la Costa Este. Marcado por el fracaso de la carrera literaria de su padre, Andrew alberga sueños de grandeza. Terence Fletcher (J.K. Simmons), un profesor conocido tanto por su talento como por sus rigurosos métodos de enseñanza, dirige el mejor conjunto de jazz del Conservatorio. Cuando Fletcher ... [+]
10 de septiembre de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
“If you don’t have ability you wind up playing in a rock band”

Nadie se me vaya a ofender por estas palabras, el mensajero no tiene la culpa. Esta frase poco diplomática, tenga o no razón, pertenece a alguien con toda la autoridad para decir cosa semejante, Buddy Rich, el gigantesco baterista de Jazz neoyorquino, y sirven de inspiración al protagonista de Whiplash, Andrew Neyman (Miles Teller), para alcanzar su objetivo de llegar a ser tan grande como quien las dijo. El bueno de Buddy mira a Andrew, con cara de pocos amigos detrás de un platillo, desde un recorte pegado en la pared de su cuarto, para que de ninguna manera se le vaya a olvidar a ese chiquillo lleno de talento para golpear los parches y metales de la batería, que el éxito depende de su habilidad, que no será producto del azar de su genética prodigiosa, de la casualidad milagrosa de las rezanderas, ni mucho menos del trabajo de terceros, y que si quiere lograr su meta, debe consagrarse a un trabajo continuo y sacrificado.
El nombre de Damien Chazelle, el director de esta estupenda película, no lo conocía ni Dios, hasta que en 2013 se llevó el premio al mejor cortometraje en el Sundance Festival, con un corto del mismo nombre que esta película y que sería además su semilla. Un año después, su largometraje se llenó de nominaciones y premios, y con toda razón, porque Whiplash es una de las mejores películas de 2014, y sin duda la favorita de quien escribe, por ser un largometraje plagado de pericia audiovisual, con unos movimientos de cámara tan inteligentes y afines al desarrollo argumental y emocional de la película que hacen erizar los pelos; con unos planos dignos de enmarcar que arrugan de emoción el alma; con un montaje digno de ovaciones pensado a partir del beat, y con unas actuaciones merecedoras de todos los reconocimientos que han cosechado (tanto Milles Teller como J.K. Simons actúan aquí como si se les fuera la vida en ello).
Pero por encima de todo es una de las mejores de 2014 y mi favorita personal porque es en sí misma un recordatorio de algo que nuestras cómodas sociedades del siglo XXI necesitan tener siempre presente, tanto como los peces necesitan el agua: el éxito no es para los mediocres, la gloria no es para los llorones, la genialidad no es para los vagos. La grandeza demanda sacrificio. En cierto momento Fletcher (J.K. Simons), aquel energúmeno director musical que empuja a Andrew hasta el límite de lo éticamente aceptable, suelta como una bofetada esta perla lapidaria: “No hay dos palabras en nuestro idioma más dañinas que ¡buen trabajo!”, y cuánta razón parece tener este loco genial. En los tiempos que corren en los que a los niños se les dan medallitas solo por participar, en los que se nos enseña desde que estamos en pañales que es más importante la tranquilidad de la mediocre y segura monotonía que los esplendores del triunfo y la trascendencia, en los que el metrónomo de la buena conducta es la espantosa corrección política, la reflexión de esta película se hace, como poco, indispensable. No se me malinterprete, está muy bien que el racero de conducta contemporáneo no sea la obsesión ciega por la victoria que nos convierta en dementes inescrupulosos, pero ¿a dónde fue a parar la sana y visceral pasión que lleva a la grandeza?
Por allá en el 86 el Indio Solari hablaba sobre los psicópatas y venía a decir, básicamente, que serían los hombres más aptos, los héroes del siglo XXI “la desgraciada vanguardia de un nuevo sistema nervioso”. Aquel músico argentino sabía bien que en nuestras sociedades de la corrección política y las camitas mulliditas del anonimato, el psicópata campa a sus anchas aplastando(nos) a los zombificados mediocres con una facilidad pasmosa. Y es en esa realidad en donde Whiplash propone un nuevo tipo de heroicidad, una que en realidad ya había sido inventado hace marras pero que tenemos casi olvidada. El artista aquí es el nuevo héroe enfrentado, ya no a fuerzas externas, sino a un enemigo qua ha anidado dentro a punta de presión social. Así, Jim Neyman (Paul Reisner), el padre de Andrew, es la ejemplificación de esa moral hogareña llena de comodidad, tedio y miedo. Cargado de sincero convencimiento, intenta “proteger” a su hijo de la grandeza, porque claro, el mundo de la gloria es desconocido, peligroso y apabullante.
El mismo Andrew pone sobre la mesa la duda de si existe una línea hasta donde se pueda ir, si todo sacrificio está justificado en la persecución de la gloria. Pues bien, si a mí me lo preguntan, tratándose del arte, esto es un deber; en palabras de Fletcher, es “una necesidad absoluta” cobrar valentía y andar el camino del héroe, enfrentarse a lo desconocido fuera de la zona de confort, luchar contra el mundo entero si es menester, morir por dentro si es el caso y resucitar en el brillo de las grandes obras. Aunque claro, siempre se puede uno quedar a la fresca sombra de los grandes esperando a que la gravedad arroje sus frutos. Pues bien, si es Andrew Neyman el ejemplo a seguir o es en cambio una abominación moral patológica es algo que no puedo juzgar por usted, así que lo invito a enfrentarse a esta magnífica obra de arte y decidirlo. En cuanto sea posible, especialmente si es usted una persona con una pasión en la vida, vaya al cine a disfrutar de una película que, con suerte, le puede cambiar la vida.
Andrés Vélez Cuervo
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