Si la falla de la incomprensión, la condición de odiarnos, despreciarnos o de no transigir cuando el semejante comete un error, inocente en la medida de que todos nos equivocamos, fuera una determinación tan accesible como el empleo del lenguaje, resultaría bastante sencillo para la raza humana superar toda clase de diatribas o conflictos con los que nos cruzamos por el camino de la vida.
Al igual que la enigmática y ancestral historia mítica de la torre de babel, nuestra especie ha sido testigo desde los albores de la civilización, de esa ineludible frontera que nos divide por la incapacidad real, en casi todas las circunstancias que nos ponen al límite, sobre las cuerdas decisivas para el devenir, de comprender al prójimo, de aunque sea durante unos instantes, pararse con la mente despejada de prejuicios y el espíritu bien abierto, al igual que una ventana corrediza de la terraza de último piso en un edificio de plena ciudad; posición privilegiada para escuchar latiente y rugidor el corazón de la humanidad egoísta y desesperada, dirigiéndose hacia ninguna parte, recibiendo el castigo impuesto por Dios: La división natural que padecemos en sociedad al tratar de abordar la búsqueda de significado.
Considero que habiéndose planteado artísticamente este alto tema que a todos nos atañe, las pretensiones educativas, o moraleja del film, son más que claras: La presencia irrechazable de la emotividad y el apoyo común siempre serán la respuesta ante la crisis de consenso, ya sea en el ámbito familiar, civil, o internacional. Allá donde el creador parece trazar su misericordia.
En esta cruda existencia, es cierto, no llegamos a superponernos muchas veces ante las dificultades, y estas nos zarandean hipnóticamente hasta asestar el disparo imprevisto que nos devolverá al ruedo: de nuevo aprender a valorar la vida, desaprender de la obcecada visión del mundo, y continuar levantando cabeza aún cuando los embates pesen toneladas.
Aceptar tales premisas, se convierte casi en que hacer en los tiempos que corren. Actualidad de sistema de medida, en un desfase cibernético, procesando en terabytes, esclavizando nuestro día a día a merced de una pantalla negra. Hace de esta obra un largometraje de más que recomendable visionado.
Historias completamente bien entretejidas en narraciones de fotografía entrañable, ambientación, diálogos, desarrollo escénico, paisajístico, una banda sonora de diez, y unas interpretaciones en algunos momentos estelares y en otros más cortos, un tanto faltas de credibilidad (inevitablemente no puedo indultar en tan caso al ,en ocasiones, forzado Brad Pitt). Por concluir, un elenco magnífico por su credibilidad versátil para con la trama.