Coincide la crítica en el que el cine oriental, dentro de su gran belleza y ese carácter onírico y hetéreo, peca de ser un cine excesivamente lento, que avanza con un ritmo pausado que puede llegar a cansar. Pero, ¿qué sería de este cine si no se apreciaran todos los detalles?

Y es que cada plano, cada secuencia, cada gesto de los actores, cada segundo de Seppuku respira y destila un aire lugubre que te engulle y te demuestra que hay que dejarse atrapar por esta película para darte cuenta de lo enorme que llegó a ser Kobayashi con esta historia, equiparandose al maestro Akira Kurosawa.

No merece la pena explayarse sobre los puntos anteriormente citados o la inspiración que destila Harakiri, sólo puedo decir que, por analogía, si Los Siete Samurais fueran el Padrino, Seppuku es Erase Una Vez En Ámerica, y por mi gusto personal, me quedo con la segunda.

Obra maestra sin contemplaciones, de obligada visión y un tesoro a tener en la estantería de cualquier cinéfilo que se precie.