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España España · Barcelona
Voto de EricCastel:
9
Comedia. Drama Película basada en hechos reales del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). A mediados de los años 80, Belfort era un joven honrado que perseguía el sueño americano, pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y ganar una buena comisión. Su enorme éxito y fortuna le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero. Poder. Mujeres. ... [+]
10 de noviembre de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una línea: vale todo el precio de la entrada (y aunque costara el doble).
Apta para: quien ame a Scorsese cuando es Scorsese.
No apta para: los amantes de las tramas concienzudas, y aquellos de espíritu puritano (ojo al sonrojo).

Desconozco qué truncó la carrera de sacerdote de Martin Scorsese allá por los años cincuenta, pero se merece un homenaje quien le corrompiera en el sinfín de pecados de esta nuestra vida terrenal, porque de otra manera hubiera sido imposible que filmara el exceso brutal, desternillante y abrasador que nos presenta en esta epopeya de tres horas de Wall Street. Scorsese vuelve por los fueros de Malas Calles (1973) o Uno de los nuestros (1990), esta vez con un tono más cómico, pero igual de negro, exhibiendo musculatura y corrosión, para contarnos un biopic acerca del magnate Jordan Belfort, personaje amoral que acogió el sueño americano de triunfar sin importar el cómo, haciendo de la irreverencia su bandera, incluso ante el purgatorio del FBI.

El Lobo de Wall Street convierte al engominado Gordon Gekko de Wall Street (Oliver Stone, 1987) en un niño de párvulos aplicado en su comparación con el personaje canalla que interpreta Di Caprio, un tipo que apuesta a divertirse estafando a pobres y ricos, engañar a mujeres, lanzar enanos contra una diana por mero divertimento, ansiar el dinero como si fuera oxígeno, tirar dos langostas en la cara a unos agentes del FBI, esnifar, colocarse, beber, organizar bacanales sexuales hasta el límite del plano y arengar a sus entregados empleados para que hagan exactamente lo mismo que él, porque para eso uno ha venido a este mundo. Una vida sin control en el Wall Street de los ochenta, desregularizado al más puro viejo oeste, y sin atisbos de dilemas morales. El dinero manda, incluso la revista Forbes le hizo un artículo al tal Jordan Belfort en 1991.

El tándem Di Caprio-Scorsese (o Scorsese-Di Caprio) repite por quinta vez (memorable ya en Infiltrados (2006)), exhibiendo química purísima. Leonardo, actor mayúsculo, se entrega con total energía y derroche (se lesionó la espalda y quedó afónico durante el rodaje) y deviene un auténtico espectáculo en sí mismo, capaz de amasar las escenas más alocadas, transgresoras y sexualmente subidas con total credibilidad, exhibiendo un descontrol controladísimo. Bajo la dirección de Scorsese este actor se multiplica (meritorias las escenas de la salida del Country Club o la del avión a Ginebra). Si hablamos de tándems, también en estado de gracia está el que forma Di Caprio con Jonah Hill, camuflando este último un humor entre paleto e inteligente, de expresión alelada y pose irreverente, que sirve de contrapunto perfecto a la ambición obsesiva del personaje de Di Caprio. La aparición de Matthew McConaughey, si bien muy circunstancial, es magnética e hilarante, digna de nominación. Margot Robbie, mujer de Di Caprio en la ficción, y Kyle Chandler, agente del FBI, leen perfectamente el tono de la película, muy dignos los dos y aguantando el combate en los dúos con Di Caprio. El resto de secuaces de la banda está espléndido, tal vez flaquee solo Jean Dujardin en su papel de banquero suizo, peligrosamente sobreactuado.

De ritmo estratosférico desde el primer minuto, las tres horas discurren en una montaña rusa en permanente ascenso, con unas pocas e imprescindibles bajadas de tensión para hilvanar tanta ebullición desmesurada. Scorsese hace gala de un acierto de grandísimo director en el ritmo narrativo, usando recursos muy suyos como la congelación de plano, la voz en off, la cámara lenta para concentrar la tensión y la elección de una banda sonora espléndida para añadir revoluciones a lo que se muestra en pantalla. Esta película en manos de un director nobel o sin talento hubiera podido ser perfectamente insoportable, pero Scorsese, con sus 71 años, tiene la adrenalina intacta y la sabiduría de un maestro, dominando lo más difícil; el qué, cómo, cuándo y dónde. Un Dios del séptimo arte.
EricCastel
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