La verdad, no sé de dónde habrán sacado tal afirmación.

Esa tez... Esos ojazos... Esa dentadura... ¡Por Dios, por Dios!... ¡Para ponerle el anillo de compromiso en... el dedo calloso del pie!

Todo esto es, en realidad, un batiburrillo sin tregua de constantes cutresustos, el siguiente peor al anterior, con pretensiones megalomaníacas que, más que sustos, lo que dan es auténtica risa (eso contando con que te den algo y no te dejen exactamente igual que estabas antes de empezar a ver la película.)

Al menos, mientras te comes las palomitas, no quitarás la cara de la pantalla pensando en todo momento y a cada segundo: "¿y qué pasará ahora?... a esa se le cae el moco... a esa otra se le ha quedado cara de barbacoa... y esa levita... ¿y qué va a hacer este ahora?... ¿y dónde está la fea?... ¿y cuándo acaba esto?"

Hubiera pegado más meter aquí a Chiquito de la Calzada gritando, mientras "corre" por los pasillos del convento (pasito a pasito a ritmo de muñequita de Jesmar) y con una mano en un riñón y la otra hacia arriba haciendo el "ok" y aspavientos varios, aquellos inolvidables: "¡iiiiihhhhhhh... jaaaaarl... no puídorl, no puídorl... pecadórl... a mí la meretérica!..."

Pues eso, para mear y no echar gota, oiga. Al final, a nadie le amargan unas risas.