Ésta es una comedia de zombis de corte americano, en la línea de humor de propuestas como Zombieland o la británica Shaun of the Dead (Zombies Party en España).
Jarmusch nos muestra lo cómodo que se siente firmando un guión de este género, donde subyace una estructura clásica en cuanto a película de muertos vivientes, y sobre la que construye diálogos con su característico humor naif, además de salpicar la obra con continuas referencias a autores que dieron vida a los no-vivos.
Dirige magníficamente a la pléyade de estrellas que por la cinta pasan y tiene éxito en la difícil empresa de lograr unos secundarios bien definidos e interensantes, con los que retrata la idiosincrasia de la américa profunda, o si se quiere, de la sociedad en general. El leve surrealismo poético que es santo y seña de Jarmusch invitaría a buscar metáforas de corte social en su trabajo, pero pienso que no es en lo que quiere enfatizar en esta ocasión. Más bien es el origen para las risas que nos provocan los ingénuos diálogos y situaciones. Es en el punto en que se cruzan el ritmo habitual del director y la línea argumental típica del género donde consigue dibujarnos sonrisas permanentes e incluso más de una carcajada lacrimógena.
El montaje es hábil, abandona el cliché del susto, y refuerza la propuesta. Sqürl compone extraordinariamente las melodías de la banda sonora, que añade el fondo adecuado al ritmo, y además Jarmusch desliza tres buenas canciones: un clásico del ´66 de Love, un artefacto de garage rock a cargo de Beans & Fatback, y la homónima “The Dead don´t die”, una delicia cantada y escrita a propósito por el countryman Sturgill Simpson.
Te gustará si te ríes con Bill Murray cuando está.
No te gustará si crees que Paterson solo es un jugador de fútbol escocés.