Todo en esta película está apenas insinuado y esa es, a mi juicio, su principal baza. Otra es la ausencia de cualquier tipo de grandilocuencia. Confieso que, en mi caso, haberme sentido cautivado por la historia tiene aún más mérito, pues no me cuento entre los fans incondicionales de Isabel Coixet. Siempre he tenido la impresión de que cultiva una especie de falsa naturalidad que me resulta irritante. De hecho, me metí en el cine sin saber quién era la directora. Una suerte, ya que, de otra forma, tal vez me hubiese dejado arrastrar por los prejuicios.
Para ser breve, a poca sensibilidad que se tenga, uno no debería perderse esta obra, a mi entender la más lograda con diferencia de su autora. En esta no hay un solo elemento que chirríe, por el contrario todo el engranaje funciona a la perfección. Desde el trazo de los personajes, algunos de ellos realmente memorables como la propia protagonista, el misántropo, la niña o la aristocrática arpía, hasta las imágenes casi místicas de la Inglaterra rural, también difíciles de borrar de la memoria. Por no hablar de una interpretación que, de tan convincente, desarma.