Me he pasado los últimos 15 minutos de película llorando. Me emociona ese anhelo tan humano de poder crear tu propia verdad a través de tu imaginación, de colorear una realidad que puede parecer más aburrida, menos estimulante, más anodina que cualquier otra alternativa que pasee por tu mente. Por que, ¿quién dice que aquello que imaginamos, visualizamos o elegimos creer es menos “real” que lo que ven los de nuestro alrededor? Creo que toda la película es un elogio a esta pregunta. Un hijo frustrado por la falta de objetividad de su padre, y un padre incomprendido queriendo que su historia perdure tal y como él quiere que lo haga.
Siempre que contamos una historia pasada lo hacemos, queramos o no, desde nuestra perspectiva, mezclándola con sueños, recuerdos, exageraciones, omisiones... ¿Y por ello deja de ser “real”? Al fin y al cabo todo lo pasado ya no existe, por lo que cualquier reproducción que hagamos de ello siempre será una mentira. Y puesto a ser mentira, ¿por qué no elegir la nuestra? Esa mentira que nos contemos a nosotros mismos y contemos a los demás es lo que perdurará, mientras que la realidad más objetiva desaparecerá en cada instante y no tendrá mayor repercusión, a no ser que alguien haga de ella una “mentira” para contar.
La película me ha encantado. Le pongo un 9. Me he perdido en los detalles de un mundo tan fantástico como real a la vez. No me ha dejado indiferente y me quedo con la sensación de que quizás todos deberíamos ser un poco más ilusos.