Sorrentino es un realizador con un estilo muy personal. Aquí pone todo su talento al servicio de un retrato retrospectivo del controvertido Andreotti. La caracterización le da al personaje un aspecto acartonado, como de marioneta. La ambientación en claroscuros tiene un cierto aire como de museo de cera, resucitando algo que ya pasó y permanece sólo en el recuerdo de lo pretérito y en el material audiovisual de archivo. La recreación es impactante, en particular por los diálogos y las elucubraciones filosófico - políticas que hoy parecen trasnochadas. Ayuda la banda sonora, pertrechada con conocidos fragmentos de música clásica. Para algunos, Andreotti representó el brazo político de la mafia (y no el único). Para otros, fue un sobreviviente de un difícil gobierno en complicadas circunstancias. En realidad, tanto da. No se le pudieron demostrar, como jefe de gobierno, vinculaciones delictivas directas pero lo cierto es que no se puede mirar para otro lado, sin tomar medidas enérgicas, cuando existen asesinatos de políticos, policías, militares, magistrados y testigos protegidos. Si no se aporta una solución, se forma parte del problema. No valen maquiavélicas frases lapidarias cínicas tales como "hay que aceptar el mal para perpetuar el bien". Con razonamientos como éste se puede justificar cualquier cosa. El film incide sobre todas estas cuestiones y admite una múltiple lectura. Ahí radica su especial relevancia, aunque para apreciar sus sutilezas hace falta haber sido testigo directo de los acontecimientos que se detallan o conocedor profundo de la historia de esta época. Y la historia fue que hasta que Andreotti no perdió el poder, ningún gobierno se atrevió a emprender campañas serias anti organizaciones criminales.