[Crítica 6ª temporada]: Las críticas a la última creación de Charlie Brooker parecen no ser del todo buenas, son muchos quienes le acusan de haber perdido su esencia. Sin embargo, efectivamente, "la serie no dice que la tecnología sea mala, la serie enseña que la gente está jodida". Los demonios de la humanidad ya estaban aquí antes de la última revolución tecnológica, aunque el potencial de esta para amplificar sus males sea ciertamente terrorífico.

En esta temporada, el creador nos los enumera uno a uno, más allá de cómo les afecta el cambio tecnológico.

Primero, una ración de nuestros peores valores sociales y cómo nos deshumanizan. La falta de empatía, el [auto]engaño, el funcionalismo en nuestras relaciones interpersonales, la falta de racionalidad, la impulsividad, el disfrute de ver a otros jodidos...

Segundo, la maldad inexplicable, la psicopatía, esa lacra que nunca ha dejado de estar ahí. Y que incluso puede ser capitalizada como un ingrediente más para conseguir metas personales y como objeto de consumo de masas, nada nuevo.

Tercero, una mezcla de las dos anteriores. Una mezcla entre psicopatía, nefastos valores sociales, su retroalimentación bidireccional y los monstruos que todo ello genera convirtiendo a las víctimas en futuros agresores.

Cuarto, el periodismo basura, la mediatización de lo absurdo, la idiotización de las sociedades de la información, la búsqueda de carroña sensacionalista para sobrellevar nuestra anodina vida... Otra cosa más que puede producir monstruos y cobrarse unas cuantas víctimas.

Quinto, el odio al diferente, las fobias a la diversidad social, las fronteras sociales, físicas y mentales, y la deshumanización de los otros. Todo esto ya estaba aquí antes de la tecnología, aunque sin duda ahora el potencial de ésta para amplificar sus discursos de odio no hace más que aumentar su capacidad destructiva. Lo peor de todo es que el sistema se muestra incapaz de pararlos. Y no será porque no sea capaz de generar ingentes victimas colaterales o de buscar ingeniosas excusas para validar los fines sin importar los medios. El último capítulo es una alegoría estupenda. El final llegó como una profecía autocumplida: un síntoma de nuestra incapacidad como humanidad para actuar unidos ante retos comunes. ¡Los monstruos del nacionalismo y la xenofobia volvieron a ganar!