Porque Diane es una mujer fuerte, que aunque tiene importantes dificultades para llegar a fin de mes, no se viene abajo y encara la complicada encrucijada moral a la que se expone, tras el regreso al hogar familiar de Steve, con una gran entereza y dignidad. Desde luego Diane quiere a su hijo, como solamente una madre puede hacer, pero hay momentos en los que las crisis de Steve son insostenibles y Diane tiene que anteponer su integridad al amor de madre. En este sentido es muy significativa la secuencia en la que Steve llega a la casa con un carro de comida y un collar para su madre y ante la negativa de ésta a aceptarlo, ya que sabe que es robado, Steve pierde los nervios y Diane tiene que golpearlo para evitar que la asfixie. Una secuencia, de extrema tensión, clave para la película, ya que tras ella aparecerá, la ya mencionada vecina, Kyla, con su timidez y su falta de seguridad. Una mujer, en principio, totalmente opuesta a Diane, por su carácter más retraído y su profesión como profesora, pero que logrará recuperar la alegría de vivir gracias a los Despres (Diane y Steve) y a las clases que empezará a impartirle a Steve.
Pero por mucho que Dolan se esfuerce por destensar las situaciones y darles un barniz de cotidianidad, Steve está enfermo y finalmente Diane tendrá que actuar, ahondando más en el gran dilema planteado por la película: ¿Puede el amor a un hijo con todo?

Una película, en definitiva, muy recomendable tanto en el plano psicológico como en el puramente técnico, ya que Dolan despliega nítidamente su estilo inconfundible, desde el minuto cero, con multitud de incursiones de canciones pop (memorable la secuencia de Steve subido al carrito de la compra, mientras suena de fondo la canción Color blind), planos estéticamente muy cuidados, un uso expresivo del montaje y el llamativo formato cuadrado que solamente se expande en dos ocasiones, en toda la película. Dos momentos en los que el espectador coge aire para continuar con esta trágica y bella historia.
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