Desde la invención del cinematógrafo, allá por el año 1895, han sido multitud las películas que han intentado retratar el horror de la guerra. Especialmente en Estados Unidos son muchos los cineastas que se han servido del nuevo invento para hablar de guerras como la de Secesión, las guerras mundiales, la de Vietnam o el ejemplo aquí reseñado, que es el de la guerra de Irak. Seguramente hay otras películas con una carga ideológica mayor y un guión más estudiado, pero En tierra hostil ( Kathryn Bigelow, 2008) consigue introducir al espectador, de forma magistral, en la primera linea de batalla. La trama es sencilla, vamos a asistir al día a día de un grupo de artificieros en Irak, pero la puesta en escena y la forma que compone sus más de dos horas de duración, hacen de la cinta de Bigelow un artefacto hipnótico y adrenalínico para cualquier espectador con un mínimo de gusto narrativo.
El protagonista de En tierra hostil es el sargento William James (Jeremy Renner) un tipo temerario y de conductas anárquicas, que llega a la unidad tras la muerte del sargento  Thompson, en una operación. Desde el primer momento William se muestra como un tipo ambiguo, de pasado ecléctico, ya que aparece en la trama sin conocerse ningún elemento de su pasado (solamente se va a mencionar algunos de sus trabajos previos y tendrá que ser al final cuando veamos otro aspecto de su vida, alejado de su trabajo de artificiero).  De este modo podemos ver a William por un lado, como un héroe que no duda en arriesgar su vida para desactivar bombas que con mucha probabilidad están destinadas a arrebatar cientos de vidas y por el otro, podemos pensar que William solamente arriesga su vida por adicción a la adrenalina y como consecuencia de algún hecho traumático de su pasado del que ahora quiere redimirse. Siguiendo la línea de los poemas homéricos, se puede entender la historia de William en el ejército como una historia moral de expiación, pero ¿de qué se quiere redimir William? Es aquí cuando quizás podemos achacar más déficits a la cinta, que se concentra de forma absoluta en trasmitir la acción y el vértigo de la guerra y olvida dotar a sus personajes de una profundidad mayor. Bigelow se decanta por una forma narrativa novedosa y totalmente inmersiva, en la que son mayoritarios los planos cortos, los zooms violentos (que dan una engañosa apariencia casera) y las secuencias de montaje alterno, que favorecen la creación de una acción muy sensorial.
Aunque tras ver el atractivo final diseñado por Bigelow, sí que podemos incluir a William dentro de la tipología clásica de los personajes que retornan al hogar. Siendo, en el caso de William, la guerra su hogar. Para él, como le explica a su hijo, con el paso de los años las cosas que de verdad le apasionan se han reducido notablemente, hasta el punto de que solamente se siente bien en la guerra. Una vida convencional como padre de familia que hace la compra en un apacible supermercado no es una vida para él. Sin embargo, en la primera línea de batalla William siente que destaca y que es alguien. Seguramente en su fuero interno sabe que no tiene grandes habilidades, más allá de su maestría para desactivar bombas, y además en el ejército le valoran como uno de sus mejores soldados. Porque William parece no temer a la muerte y cuando te enfrentas a terroristas fanatizados, que no dudan en matar un niño para usarlo como bomba humana, tipos como él son la única forma de combatir en igualdad de condiciones.
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